La palabra “fe” está tan gastada que a veces ni sabemos qué significa. Pero para verla con ojos nuevos, quiero contaros la historia de John Paton, un misionero inglés que en el siglo XIX se fue a evangelizar a unas islas donde la gente se comía entre ellos y encima no tenían ni idioma conocido. El tipo estaba traduciendo la Biblia y se topó con un problemita: no tenían ni una palabra parecida a “fe”. Y no, “confianza” tampoco les sonaba porque ¡eran caníbales! Nadie confiaba en nadie.

Entonces, un día, John Paton está hablando con su sirviente mientras este se está reclinando sobre la silla y le pregunta cómo dirían “dejar todo tu peso sobre” en su idioma. El tipo le suelta una palabra que básicamente significa eso, y ¡voilà!, Paton tiene su palabra para traducir “fe”.

Aquí empieza el dilema:

La mayoría de personas que preguntaras (al menos en España) pensaría que tener fe en Jesús es asentir a unas cuantas creencias, rezar de vez en cuando y ya está. Pero la definición de Paton pide mucho más: es poner tu vida entera en las manos de Jesús.

La mayoría de la gente habla de fe como si fuera solo compartir ideas, pero cuando Jesús pide que confiemos en él, en realidad nos está retando a tirarnos de cabeza y poner toda nuestra vida en sus manos.

Si no me creéis, echemos un vistazo a cómo Jesús veía esto de tener fe en él a través de estas frases del evangelio:

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros…”

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.”

“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí…”

Después de leer estos versículos, ¿qué definición de fe crees que encaja mejor con lo que Jesús tenía en mente?

Para mí, (y para la Iglesia durante siglos), está claro: dejar todo tu peso. Confiar en Jesús toda tu vida, porque vivió, murió y resucitó, y eso valida su mensaje. Implica que tiene el poder para vencer el pecado y hasta la muerte.

Me gustaría compartir con vosotros parte de mi experiencia. En mi primer año de carrera me di cuenta de que mi vida estaba construida sobre cimientos bastante endebles. Así que decidí investigar el cristianismo, leer más, meterme de lleno en los sacramentos y rezar de verdad. Al final, después de un proceso que duró más o menos un año,  solté todo el peso de mi vida en las manos de Jesús. Le dije algo así: 

 “Jesús, me rindo. Decido confiar en ti. Decido vivir como si en verdad existieras.”

Intenté vivir el mensaje de Jesús de verdad: no usar a la gente, tratar bien a todas las personass, ayudar aunque no sacara nada a cambio, perdonar aunque me doliera. No siempre lo lograba, pero cada vez que no me salía… volvía a intentarlo.

Y adivinad qué: mi vida cambió.

  • Empecé a dedicar más tiempo a Dios y a la gente.
  • Empecé a sentir más paz.
  • Me sentí más seguro de mí mismo.
  • Mis prioridades vitales cambiaron radicalmente.
  • Y ojo, la gente lo notaba. Mis padres, que por aquel entonces no iban a la iglesia, se empezaron a interesar… 

Tres años después, conocí a la comunidad “Fe y Vida” y mi fe dio un nuevo salto.

Os acordáis que os he contado que lo que le había dicho a Jesús era “Jesús, me rindo. Decido confiar en ti. Decido vivir como si en verdad existieras”, ¿verdad? Pero, ¿sabéis qué? Aún tenía cosas guardadas. En la comunidad Fe y Vida me enseñaron que en el corazón de la persona solo hay un trono, y solo hay un número 1. No se comparte el primer puesto. 

Me retaron a que la frase de antes tuviera un matiz nuevo… y acepté el reto. La frase se matizó y se convirtió en la siguiente:

“Jesús, me rindo solo a ti, confío en ti por encima de todo, y elijo que vivir tu mensaje sea mi prioridad número uno.”

Veis que no es muy diferente a la primera, pero esos pequeños matices son los que creo que marcan la diferencia. Esta última frase es la que aún sigo tratando de vivir hoy.

Una cosa curiosa que pasó es que mi vida se hizo más fácil. ¿Cómo? Sí, más fácil. Porque cuando tienes claro que lo primero en tu vida es Jesús, todo fluye. La mayoría vive tratando de tener tres (o cuatro) primeros en su vida, y eso es un desmadre. Quieren que el primero, segundo y tercero quepan en el podio de su corazón, pero no caben. Se pelean y la vida se complica: estrés, conflictos, y el típico “me has defraudado”…

La cuestión es simple: deja todo tu peso en Jesús, ponlo en el primer puesto de tu corazón, y la vida se vuelve más fácil. Porque cuando sabes qué es lo más importante, el resto se acomoda. Dejad de intentar meter tres primeros en tu podio personal, y dejad que Jesús sea el indiscutible número 1.