Hace unos años terminé de estudiar el grado de psicología y si algo aprendí, además de muchas teorías y corrientes sobre cómo y por qué se comporta el ser humano y el perro de Pavlov, es que es importante dedicar un tiempo a conocerse a uno mismo.

Cada persona es un mundo. Cada uno viene de un ambiente donde aprende cosas, vamos creciendo y desarrollando una forma de ser, tenemos limitaciones y debilidades, fortalezas y pasiones. Cada uno tiene su personalidad, un carácter, temperamento y patrones de comportamiento que hacen que dos personas respondan de forma distinta ante la misma situación. Durante la carrera aprendí que conocer cómo somos, cómo nos relacionamos y de dónde venimos, entre otras muchas cosas, nos ayuda a que nuestra situación presente sea más sana con nosotros mismos y con los demás. Por ejemplo: ser consciente de nuestras limitaciones nos ayuda a aceptarlas y superarlas, y conocer nuestras fortalezas nos ayuda a saber hacia dónde ir, dónde trabajar o dónde servir en la Iglesia.

Hace unos días terminé de cursar la Escuela de Discipulado de Fe y Vida y si algo he aprendido es que es importante dedicar un tiempo a conocer a Dios.

En diciembre del año pasado escribía sobre cómo llegué hasta aquí. Han sido seis meses de convivir con personas totalmente distintas a mí, seis meses de estudio y lecturas de la Historia de la Iglesia, la Biblia, los sacramentos, filosofía, moral, eclesiología, dogmática… De charlas sobre cómo establecer relaciones de ayuda y charlas sobre la visión de la comunidad. Han sido seis meses intensos con risas y agobios, discusiones y excursiones. He tenido tiempo para confrontar y que me confronten, y ya de paso para confrontarme a mí misma. He visto crecer y madurar a mis hermanos de comunidad, cada uno en lo que necesitaba. Pero lo que más he aprovechado y lo que más me ha servido no han sido las clases ni las explicaciones teológicas (los profesores que me lean espero que sepan que no es nada personal) sino el tiempo que he dedicado a conocer a Dios.

El ser humano es complejo y los cuatro años en la universidad me permitieron conocer y entender su dimensión psicológica y social. Este tiempo en la Escuela me ha descubierto la dimensión espiritual, esa que tanto ansiaba. Escuchar a Dios, contemplarlo, dejar que su presencia inunde todos los rincones de mi vida, hacer de su voluntad mi prioridad, contarnos chistes, bromear, desahogarme con Él, enfadarme con Él, confiar en Él, esperar en Él…

Dios nos habla y solo hay que pararse a escuchar para saber qué nos quiere decir. Este año Dios me ha hablado a través de sueños, de imágenes, de otras personas, de intuiciones e incluso de profecías. A final de la Escuela me dijo que quería que me quedase un tiempo más en Cantabria, yo le dije que para eso necesitaba un trabajo y enseguida una intuición cruzó mi mente. Eché el currículum en donde creía que era y en una hora me llamaron. En dos semanas empecé a trabajar.

La Escuela de Discipulado terminó en 31 de mayo pero ninguno de los que la hicimos somos ya cristianos graduados (todavía ni siquiera hemos hecho una graduación). Ahora empieza otra etapa distinta: es el momento de aplicar teorías, de pasar a la acción, de ponerse a tiro, de seguir descubriendo la voluntad de Dios, de ayudar en la medida de nuestras posibilidades a expandir su reino y dar a conocer su promesa, de consolar a los que sufren, de servir y de amar, de seguir luchando y creciendo y, sobre todo, de seguir encontrando a Dios.