Es bueno dar testimonio de lo que vemos y cantar “las obras admirables del Señor” (Sal 65). Particularmente, siempre me es grato resaltar aquello que considero esencial en el crecimiento del Reino de Dios, para darle gracias por ello y que sirva de testimonio.Don Rafael es un hombre valiente. Desde el tiempo en que tengo el privilegio de conocerlo, siempre me lo ha parecido. Imagino que es una de esas personas que no pueden “hacer las cosas a medias” y para los que, ver los toros desde la barrera simplemente no es una opción.
Tuvimos la suerte de tenerlo entre nosotros en el pasado Encuentro de Nueva Evangelización (ENE) de Valladolid y, durante esos días de compartir intenso, pudimos experimentar su cercanía, su celo y sus ganas de trabajar: tiene el raro don de hacerse cercano a todos, en especial a los más jóvenes, y, desde luego, hacer sentir su presencia de forma inmediata. Se trata verdaderamente de un pastor. Por otro lado también se trata de “un hombre de hoy” (¡siempre me encanta escuchar a un obispo español hablando en inglés con fluidez, o citando elementos de la cultura cinematográfica para ilustrar sus sermones!);Last but not least: nunca da la sensación de “estar fuera de lugar” o de refugiarse en su rol institucional.
Pero miren: no he decidido escribir este post con intención de loa. Nunca me gusta hacer tal cosa, como tampoco me gusta dedicarme simplemente a criticar. Me imagino que don Rafael tiene defectos como todo el mundo y aunque me parezca un hombre de Dios, nadie es “bueno” sino Él (Mc 10,18). Lo que en realidad quiero resaltar aquí, muy sencillamente, son sus opciones, y el significado que, en mi opinión, éstas tienen para el conjunto de la Iglesia española.
Cuando en octubre del año pasado recibí una invitación para pasar un día de retiro con la “Escuela de evangelizadores”, de la diócesis de Cádiz y Ceuta, acepté con gusto, aunque en verdad, no sabía lo que me iba a encontrar allí. Y lo que me encontré fue un grupo de ¡más de 200 personas!, dispuestas a invertir una parte sustancial de sus fines de semana para adquirir un conocimiento más profundo de la fe y hacer más viva la presencia de Cristo en sus vidas. Tengo que añadir, que el mismo obispo se implicó, como uno más y, como uno más, permaneció en el evento desde su principio hasta su final.
Poco después surgió la idea de crear una “Escuela de Discipulado”, para aquellas personas que habiendo completado la primera fase a la que acabamos de aludir, quisieran continuar con la profundización y el compromiso. Creo que ambas realidades son las primeras establecidas oficialmente en nuestro país y este hecho, en mi humilde opinión, tiene una repercusión pastoral inmensa. Esa ha sido precisamente la visión de “Fe y Vida” desde sus inicios, así que, a partir de este momento, tanto yo como mi Comunidad, decidimos que se trataba de una realidad lo suficientemente comprometedora como para implicarnos en ella con todas nuestras fuerzas.
Después de ir conociendo todas esas iniciativas, no me sorprendió comprobar que el Seminario Diocesano seguía una línea totalmente coherente. Desde la primera vez, hemos tenido el privilegio de alojarnos en esa hermosa casa, justo enfrente de la catedral y de espaldas al mar, en un bellísimo entorno. Pero lo verdaderamente hermoso es lo que hay dentro. La primera noche que nos quedamos allí tuvimos la oportunidad de realizar una pequeña reunión con todos los seminaristas mayores: yo salí encantado. ¡Qué chavales más majos y qué formadores más majos! Con toda sinceridad puedo decir que los proyectos que se están llevando a cabo en esa diócesis marcan un camino a seguir. El interés directo por la evangelización, por formar verdaderos discípulos del Señor (agrupados comunitariamente en “cenáculos”), la apertura a los nuevos métodos y a las nuevas realidades, y sobre todo la visión pastoral de co
njunto que don Rafael tiene para el obispado de Cádiz y Ceuta, me parecen un modelo para todo nuestro país.
Y también me lo parece su intención clara de formar líderes y trabajar con un equipo eficaz. En este sentido cuenta con la ayuda inestimable de don Fernando Campos, su vicario general, otro enamorado del Señor, a quien, de alguna manera consideramos parte de nuestra familia.
El Señor los bendiga a ambos, y a todos los que en esa magnífica tierra se esfuerzan por servir a Dios “con alegría y sincero corazón” (Hech, 2, 46).
Yo los tengo en el mío. Y les doy gracias a los dos.
Un abrazo a todos.
Josué Fonseca
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