Últimamente una pregunta anda rondando mi cabeza… la podríamos formular más o menos así: ¿Hasta cuándo esperar al Señor?

Con esta pregunta se relacionan momentos vitales en los que de alguna forma estás esperando a que Dios actúe, o que Dios te hable de alguna forma, que Dios confirme… Momentos así son frecuentes en la vida cristiana, al menos así lo he experimentado y experimento yo en mi propia experiencia y también en la de muchas de las vidas de mis hermanos.

Además, suelen ocurrir cuando ya llevas un tiempo siguiendo al Señor. Quizá te habló una primera vez de forma muy clara y sentiste muy fuerte la llamada a seguirle. Quizá hubo acontecimientos, casualidades, “diosidencias” que sentiste de parte de Dios muy claras. Quizá hubo profecías, signos. El caso es que muchos cristianos decimos haber experimentado de alguna forma esa claridad con la que Dios habla, llama, o actúa. Y quizá el problema es que, desde ese momento, nos pasamos la vida esperando a que vuelva a ser tan claro y tan evidente… cosa que normalmente ocurre con tanta frecuencia (al menos en mi experiencia). Y, cuando hay momentos de bajón, de crisis, de fracasos personales, de decisiones importantes… y nos sentimos perdidos, entonces echamos en falta más que nunca esa “claridad” del hablar de Dios, esa intervención de Dios. Y, si no llega, nos desesperamos, nos enfadamos con Dios y nos frustramos.

Hace poco leyendo el evangelio de Juan vi un paralelismo muy grande. En el capítulo 11 a Jesús le informan de que su amigo Lázaro está gravemente enfermo y a punto de morir. Jesús no va a sanarle y, como es normal, muere. A los cuatro días Jesús va, y entonces las hermanas de Lázaro (Marta y María) le dicen “si hubieras estado aquí nuestro hermano no habría muerto”. Al poco, Jesús va a la tumba donde está Lázaro y lo resucita. Supongo que a la mayoría os suena este pasaje.  Yo llevaba años leyéndolo y preguntándome ¿por qué cuatro días?

La explicación más fácil y que yo he escuchado varias veces es que Dios responde la oración de los que confían en Él, pero la responde a su tiempo y manera. Cuando informan a Jesús de que Lázaro está enfermo, esperan de él una sanación, y la esperan justo en cuanto le informan. Era lo único que concebían. Pero Jesús, que es Dios, ve el largo plazo, ve el cuadro completo, y sabe más cosas de las que sabemos nosotros. Cuando le pedimos algo a Dios, especialmente cuando algo nos angustia, queremos que nos responda de una forma concreta (y fácil) y queremos que nos responda pronto… o ya. Todos más o menos sabemos la teoría, pero cuando necesitamos esa “intervención” de Dios, santo es el que no se desespera, agobia, o frustra. Pedimos y “necesitamos” cosas mirando con las gafas de nuestra humanidad, de nuestra finitud, de nuestra falta de confianza en Dios, de la vida que se acaba aquí. Pero Dios tiene otras gafas. Y cuando estamos frustrados nos viene bien humillarnos y recordar que nuestras gafas no son las gafas de Dios.

Además, hace poco, un comentario que leí del evangelio arrojó algo de luz sobre esto. Los cuatro días no fueron elegidos por Jesús al azar (Él sabía cuanto tardaría en llegar y le habían avisado días antes, cuando aún no había muerto). Parece ser que los judíos tenían una tradición (o podríamos decir una superstición) por la cual creían que el alma permanecía cerca de la tumba por tres días, esperando regresar al cuerpo y, pasado ese tiempo, ya no había esperanza alguna de resurrección. Digamos que era una superstición (creencia en alguna fuerza misteriosa) más que una creencia en el Dios de Israel. Cuando Jesús tarda cuatro días, puede ser porque así deja claro que la resurrección es obrada por el poder de Dios y no por alguna fuerza misteriosa que hace que el alma vuelva al cuerpo. Y esto tiene una aplicación en nuestras vidas: ¿Y si, cuando Dios tarda en actuar, es porque quiere que pasen los cuatro días que necesitamos para dejar de confiar en los ídolos que no son Él? No es porque sea un Dios “celoso” como lo entenderíamos proyectando una característica humana, sino porque creer en ídolos, en cosas que no son Él, o tener una visión limitada de Él no es bueno para nosotros. Pero, ¡ay!, esto también nos cuesta entenderlo cuando estamos en medio de la crisis.

Al final, creo que todo se reduce a confiar. Confiar en que Dios ve la imagen completa. Confiar en que si tiene que tardar cuatro días (que para nosotros pueden ser meses, o años) para actuar es por algo. E intentar vivir en la “sala de espera” lo mejor que podamos mientras se cumplen ese tiempo. Porque, ¿qué es al final la vida, sino una sala de espera?