Hace unas semanas escuchaba un podcast que hablaba de las diferencias entre la música católica y evangélica. Una de las diferencias a las que se refería el autor era la diferencia en la financiación de una y de otra. Muy escasa en la parte católica y mucho más abundante en la evangélica. Esto, que es bastante evidente, me llevó a pensar de forma más genérica en la forma en la que dentro del mundo católico se “invierte” el dinero. Y, más en concreto, en quién se invierte ese dinero.

No es tanto una cuestión de recursos (siempre escasos) sino de enfoque. No sé si alguna vez os habéis parado a pensar en cuánto dinero invierten las parroquias o las diócesis en la formación de personas laicas para el desempeño de servicios o funciones dentro de la Iglesia. La inversión anual en un seminarista en España rondará los 8.000€ anuales hoy en día, probablemente, tirando por lo bajo. Si pensamos en que esas cifras se puedan invertir en un laico seguro que nos llamaría la atención, aunque seguro que hay algún caso.

Hace una semana una chica veinteañera compartía en Twitter sus buenas notas al terminar el curso de su carrera de teología y la verdad es que es algo que se sale de lo común. No porque saque buenas notas, sino porque poca gente espera encontrarse con una chica, laica y estudiante de teología. Y es que, entre los católicos, sigue siendo atípico encontrarse con laicos que se formen para desempeñar tareas pastorales y, cuando esto sucede, lo más habitual es que se lo paguen de su propio bolsillo.

Lo cierto es que la Iglesia Católica lleva tiempo incluyendo a los laicos en su discurso y en la necesidad de que estos vayan adquiriendo importancia y responsabilidad dentro de la Iglesia, pero la realidad es que no se invierte mucho dinero en ellos. Al igual que pasa en la política y en el mundo empresarial, lo que de verdad cuenta no es el discurso que tengas o tus intenciones, sino que lo que identifica la importancia que le das a las cosas es el dinero que inviertes en ellas. Y en el caso de la Iglesia Católica la apuesta por una formación de calidad para laicos que después vayan a desempeñar tareas concretas en la Iglesia hoy en día no es una prioridad.

Supongo que se puedan esgrimir muchas razones al respecto y seguro que muchas de ellas válidas, pero no deja de ser llamativo (al menos para mí) que en las circunstancias actuales de vocaciones al sacerdocio y de necesidades pastorales no se haya producido ya un cambio de rumbo en la apuesta por una importancia real de los laicos en la vida de la Iglesia.

Si de verdad la Iglesia Católica cree que el futuro pasa por una implicación real de los laicos en tareas de responsabilidad tanto de pastoral como de otros ámbitos es necesario que se produzca una inversión real tanto de tiempo como de dinero en la formación y capacitación de esas personas.