Es curioso que el momento de mi primer encuentro con Jesús lo tenga asociado a una puerta. Durante una adoración eucarística alguien hizo una oración en voz alta diciendo “el Señor está llamando a tu puerta, déjale entrar”. Al poco yo hice en mi mente el gesto de abrir el picaporte de una puerta y ese pequeño gesto inició el más grande cambio a mejor en mi vida.

Voy a decir una obviedad: Una puerta puede estar abierta o cerrada.

Una puerta cerrada puede tener varios significados:

Para mí, el tener la puerta de mi habitación cerrada significa que no quiero que interrumpan lo que estoy haciendo, si cierro la puerta del baño es que quiero intimidad y si tengo la puerta de la cocina cerrada significa que voy a cocinar y no quiero que huela toda la casa a comida, o que voy a hacer ruido con los platos y cazuelas y no quiero molestar.

Si voy al supermercado y la puerta está cerrada significa que he ido fuera del horario comercial. Si voy un lunes a la mañana a tomar un café al bar y está la puerta cerrada es que es su día de descanso.

Últimamente he escuchado la frase “preguntas cerradas”. Son preguntas que, a veces sin querer, a veces queriendo, hacemos a los otros o a Dios acotando las respuestas. Intentaré explicarlo con un ejemplo de mi vida cotidiana: “¿Niñas, queréis los filetes con pimientos o con queso?” No doy opción a que me digan que no quieren filetes.

Cuando preguntamos a algún hermano o a nuestro acompañante a veces hacemos igual, sin dar opción a otra cosa que no sea reforzar nuestra opinión o nuestra forma de actuar. No damos opción a que nos confronten o corrijan.

Da miedo a veces hacer preguntas abiertas, dejar la puerta abierta, preguntar al otro ¿Qué ves cuando me miras? ¿De dónde “patino”? Da miedo que nos muestren partes que no vemos de nosotros mismos, o lo que es peor aún, partes de nosotros que sí vemos pero no queremos cambiar.

Y si preguntar a los demás nos da miedo, preguntar a Dios ni te cuento. Pero, ¿por qué? Si sabemos que Dios nos ama, que es bueno (muy bueno), que quiere lo mejor para nosotros, si sólo Él sabe para qué nos creó ¿Por qué tenemos miedo de preguntarle abiertamente qué quiere de nosotros y dónde nos quiere? Puede que sea porque hemos oído todas las cosas buenas de Dios pero no las terminamos de creer. Puede que seamos “ligeramente adictos” al control. Nos cuesta aceptar que otro sepa más que nosotros incluso aunque ese otro sea Dios.

En mi opinión es importantísimo como cristiano aprender a confiar. Sobre todo confiar en Dios.

De vez en cuando, si estás atento a tu vida puedes ver actuar a Dios, se hace presente en pequeñas cosas (a veces no tan pequeñas) que son como demostraciones de que Él está ahí, sosteniéndote siempre, demostrando que, aunque a veces no lo parezca, Dios tiene el control. Entonces ¿por qué luego tiendo a  olvidarme de esos momentos? ¿Por qué pienso que Dios a veces no está?

Supongo que, por debilidad, me cuesta confiar de verdad en Dios. Por eso soy bastante concreto en las cosas que le pido a Dios para mí mismo. Para, inconscientemente, no dejar la puerta abierta. Es un proceso en el que estoy: de un tiempo a esta parte sigo siendo concreto cuando le pido cosas a Dios, pero intento conscientemente dejar la puerta un poco abierta para dejar que Dios actúe (como si yo pudiese evitar que Él haga o deje de hacer…).

Estoy empezando a intentar dejar la puerta cada vez un poquito más abierta, a dejarme sorprender, a confiar en que Dios no me va a decepcionar, a que siempre va a superar por mucho mis expectativas aunque a veces no sea como yo esperaba. Me queda mucho aún. Seguramente más de lo que pienso, pero este es el camino…

Termino invitándote a hacerte unas pocas preguntas. Son las mismas que me estoy haciendo yo:

¿Hago preguntas abiertas o cerradas acerca de mí mismo para dejar que los demás me confronten?

¿Vivo dejando la puerta abierta a Dios?

¿Qué es lo que hace que no la abra?

¿Qué es lo que me impide abrirla más?

El Señor sigue llamando a tu puerta. Sigue llamando a mi puerta ¿Le abrimos?