La vida es como es. Miro esta frase y siento la tentación de acabar el artículo aquí, porque no quiero decir más que lo estas cinco palabras dicen. Sería una frase para mirarla, meditarla e ir sacando poco a poco todo su contenido.

Esta mañana, cuando ha sonado el despertador, a través de la bruma del sueño he visualizado todas las cosas que debía hacer antes de ir al trabajo y, en medio de la niebla, he llegado a la conclusión de que me daría tiempo de todo aunque durmiera 15 o 20 minutos más. Y, claro, he llegado tarde. Porque tengo el tiempo que tengo y tardo lo que tardo en hacer las cosas. Así es.

Vivir en la verdad

En Fe y Vida siempre hacemos mucho hincapié en la idea de vivir en la verdad. Es de suma importancia que cada uno sea consciente de su propia realidad. Saber en qué punto del camino está, cuáles son sus puntos fuertes y cuáles sus debilidades, hacerse consciente de cómo es realmente, más allá de cómo le gustaría ser. Pero vivir en la verdad es también vivir en la realidad del mundo. Comprender que es como es y no como me gustaría que fuera o como uno cree que debería ser.

Filosofando

Ya los filósofos estoicos, allá por el S. III a.C., pusieron énfasis en este hecho. Para ellos el mundo sigue unas leyes inexorables sobre las que no podemos influir y hay que aprender a conocerlas y aceptarlas. También daban importancia a distinguir entre las cosas que dependen de mí y las que no. Decía Marco Aurelio:

“Dios mío, dame el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar, la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar y la sabiduría para distinguir entre las dos”.

Porque hay cosas que sí dependen de mí. Pero incluso estas obedecen reglas que no decido yo. Está en mi mano estudiar más o menos para un examen, pero mi cerebro funciona según unas reglas que no elijo yo. Por ejemplo, necesita un tiempo determinado para asimilar la información.

Deberías

En la Terapia Racional Emotiva Conductual de Ellis, que es una de las terapias que se usan para el tratamiento de la depresión, se habla de los “debería”. Cuando nos pasa algo que produce en nosotros una emoción negativa, esta puede verse incrementada si nos dejamos llevar por estos “debería”. Si alguien no me trata con respeto y yo pienso que debería tratarme respetuosamente, su actitud me afectará más. Personalmente, cuando, como profesor, encuentro un curso de 2º de bachillerato en el que los alumnos hablan más de la cuenta, me afecta más que si estoy en un 3º de la ESO donde los alumnos hablen más todavía. ¿Por qué? Porque en mi cabeza, los de 2º de bachillerato no deberían hablar en clase.

Albert Ellis nos habla de la importancia de superar los deberías para adaptarnos mejor al mundo. La gente no tiene por qué tratarnos bien, ni un determinado objetivo debería ser más fácil de conseguir. Estaría bien que fuera así, pero no hay ninguna ley cósmica que diga que será así.

Despreocupados o previsores

Esta obstinación de la realidad va marcando nuestra vida y haciendo que sus frutos vayan siendo unos u otros. Creo que la parábola de las vírgenes prudentes y las necias nos habla de esto. El evangelio las califica como prudentes y necias. No dice que son unas mujeres que, por pura mala suerte, olvidaron comprar aceite para la lámpara justo el día que llega el novio. He visto una traducción en la que habla de cinco muchachas despreocupadas y cinco previsoras. Parece que se entiende mejor con estas palabras. No hablamos de una lotería, hablamos de un estilo de vida, de una forma habitual de hacer las cosas.

Si suelo dejar el estudio de los exámenes para última hora, algún día me surgirá un imprevisto y suspenderé. Si acudo a la parada del autobús con el tiempo justo, en alguna ocasión se me derramará el café justo antes de salir de casa y perderé el autobús.

Porque, como estamos diciendo, el mundo es como es, y las cosas tienen consecuencias, buenas o malas, lo queramos o no. Las higueras dan higos y los manzanos manzanas.

Hoy, en el instituto, una alumna ha estado hablando mientras yo explicaba cómo tenían que proceder para hacer un test en su móvil. Cuando se puso a hacerlo, se equivocó varias veces, y dijo en diversas ocasiones: “siempre tengo mala suerte y acaban saliéndome las cosas mal”. No dudo ni por un momento de que realmente ella cree que es así, que es mala suerte. Vivir en la verdad del mundo y de uno mismo es pararse y preguntarse por qué ocurre lo que ocurre. Porque los móviles suelen funcionar de una forma muy parecida todos.

Buscando señales

Esto, que lo vemos con mucha facilidad en la otra persona, nos ocurre frecuentemente a nosotros. Fijémonos la próxima vez que digamos algo del estilo: “qué mala suerte, siempre me surgen imprevistos que hacen que llegue tarde a los sitios”. ¿De verdad?, ¿Los imprevistos te esperan para saltar a tu vida en los momentos más inoportunos? ¿No tendrá algo que ver contigo?

Detectar esas expresiones señal como “qué mala suerte…”, “siempre me…”, “otra vez me…”, puede ser una buena forma de ver nuestra realidad y la del mundo que nos rodea.

Toda una vida

En una ocasión, hablando de la parábola que acabamos de mencionar, Josué nos habló de un médico que había cometido una triste negligencia dando como resultado la muerte de una persona. Charlando posteriormente con otro médico que conocía al que había cometido la negligencia, Josué reflexionó acerca de cómo había acabado la carrera de dicho profesional y se había producido tanto daño por un error aparentemente tan “fácil” de cometer. Básicamente, había confundido un recipiente con otro. Su amigo le dijo que no era así, que dicho médico, muy dotado en principio para la medicina, se había descentrado mucho de su camino profesional por diversas causas. Le explicó que, en su caso, ese error hubiera sido prácticamente imposible porque por las características de los dos recipientes y el peso de cada uno hubiera hecho tremendamente difícil confundirlos. No fue un desafortunado error puntual. Era la consecuencia de toda una vida.

También ocurre con los logros positivos. El 21 de agosto de 2016, en los juegos olímpicos de Rio de Janeiro, una tal Ruth Beitia, a los 37 años, conquistaba la medalla de oro de salto de altura. De repente, surgía como de la nada y se convertía en una heroína para todos los españoles. Pero no fue algo aislado. Los que tuvimos curiosidad y nos asomamos a ver quién era Ruth Beitia, descubrimos que llevaba toda una vida compitiendo y alcanzando grandes retos en el mundo del atletismo. No es que pasara por allí y diera un salto afortunado. No, la medalla era consecuencia de toda una vida. Así son las cosas, así funciona el mundo.

Es cierto que hay cosas que dependen de muchos factores, que hay varias personas compitiendo por los mismos objetivos, que interviene un poco la suerte… Pero todo eso, sobre la base de la rutina y la línea de acción que llevamos en nuestra vida.

Nuestro mejor truco

Quisiera poner en evidencia también un recurso que a menudo utilizamos para huir de la inevitabilidad de las leyes físicas que rigen el mundo. Todo el mundo sabe que, como hemos dicho antes, si estudio poco podré suspender algún día, que si fumo afectará a mi salud, que si salgo con el tiempo justo probablemente llegue algunas veces tarde a los sitios. Sin embargo, podemos reponernos de esa causalidad ciega que rige el mundo e instalarnos por encima de los acontecimientos con una frase mágica que pronunciamos a menudo. Se trata de: “Pero lo mío es distinto”. Sí miras el móvil en el coche vas menos atento de la carretera y es más fácil que tengas un accidente. “Sí, pero lo mío es distinto”.

Juzgue cada uno hasta qué punto las leyes del universo funcionan distinto con él. Yo me limitaré a terminar con la idea que empecé. El mundo es como es.