En un entorno caracterizado por la permanente aceleración del cambio, donde tiempo y espacio (limitadas ilusiones de nuestra psique) comienzan a presentar fallas a la hora de explicar la realidad que nos rodea, la comunidad Fe y Vida parece obligada, en aras de continuar persiguiendo su vocación, a adaptar su estructura con la creación de órganos de naturaleza cada vez más flexible, marcados por una acentuada horizontalidad, donde los miembros puedan encontrar un espacio de respuesta a aquellas necesidades que no puedan ser colmadas por la dinámica “cotidiana” del grupo. Con el objetivo de mantener a la persona como prioridad máxima, y conscientes de encontrarse en una etapa de expansión comunitaria, surge la motivación en uno de los hermanos de Cantabria de establecer un marco destinado principalmente a adultos
de corta edad. En él, campa a sus anchas la libertad de experimentación con los principales caminos de participación comunitaria, con la certeza de encontrarnos ante una lista abierta que puede ser y sin duda será completada con la creación de otros tantos ministerios…o no, según se estime precisa la creación de un órgano por la naturaleza funcionalmente homogénea de la necesidad a cubrir.
Dado que es condición sine quanum la existencia de un entorno controlado para la realización de cualquier actividad experimental, donde los investigadores (en este caso, eternos aprendices de sí mismos) puedan sentirse seguros, es precisamente el término “Laboratorio” el que Luis Herrera escoge para bautizar esta apuesta interdisciplinar donde, bajo la coordinación (que no autoridad) de un primus inter pares (en este caso Patricio, que ha mostrado una disposición envidiable, referente para tantos de nosotros en lo que a actitud de servicio respecta) impulse el comienzo de las
sesiones y vele por el mantenimiento de las condiciones necesarias.
Entrando en el terreno experiencial, tengo la sensación de que el carácter polivalente del Laboratorio invita a la comunidad a apostar fuerte por las estructuras flexibles y de tamaño discreto, en las que la confluencia factores como la provisión de recursos y asesoramiento a una audiencia reducida, dentro de un marco caracterizado por la informalidad, lanzan al participante a adoptar una actitud más proactiva en el seno del órgano, tomando iniciativas que siempre compartirán la doble vertiente inherente a la actividad comunitaria: El crecimiento personal y la contribución al proceso análogo en cada hermano. Una contribución dentro de las pobrezas de cada cual, aceptadas en mi caso con más o menos torpeza y rebeldía. Mas, si bien experimento altibajos en la evolución del prisma con el que observo la evolución del grupo (quizá no más que cualquier otro, imposible juzgarlo con certeza), casi todos obedientes a las circunstancias que el espectador y siempre participante arrastra al llegar al encuentro del grupo, no puedo sino considerar un fruto positivo. Y digo esto en la medida en que mi baremo personal a la hora de evaluar este tipo de actividades (tome parte en ellas o no) se basa en la ilusión con que se recorre el camino, en el desembarazo de todo temor al aprendizaje nacido de la experiencia misma, experiencia de la pobreza propia y ajena iluminadas todas como girasoles por un espíritu santo que desea corretear como la niña esperanza de Charles Peguy. Don que da sabor a la existencia de otros como la Fe o la Misericordia. Un camino de infancia, metáfora y simulacro del recorrido que la comunidad cristiana realiza en esa rotación del girasol hacia un Dios que parece empeñado en no perdernos de vista.
Por algo será.
David
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