Esta semana se cumplen quince meses de la invasión de las tropas rusas a Ucrania, o al menos de una segunda fase, ya que en 2014 ya se habían anexionado territorios en la península de Crimea. El pasado mes de marzo se desató una nueva guerra civil en la República de Sudán. Estas guerras en pleno siglo XXI y desde nuestra perspectiva “occidental” nos parecen anacrónicas e incomprensibles. Y ciertamente lo son, por más que la actualidad cada día nos quiera llevar la contraria. Pero también hay que admitir que, aunque no son para nada justificables, desde un punto de vista histórico podemos encontrar un hilo que nos conduzca hasta la situación actual.

No quiero hablar hoy de geopolítica ni hacer de analista. Lo que quiero es hablar de historia. Desde pequeño siempre me gustó la historia. A medida que iba conociendo las diferentes épocas me gustaba recrearlas en mi mente e imaginar a las personas, los paisajes y la vida tal y como yo pensaba que fue. Durante las últimas semanas, siguiendo uno de los planes de formación de Fe y Vida hemos estado repasando la historia de la Iglesia desde la resurrección de Jesús y la vida de los primeros cristianos hasta nuestros días. Veinte siglos de historia en una de las organizaciones más complejas y probablemente de las más longevas que hayan existido.

Ya hace unos años que me asomé por primera vez a los orígenes de la Iglesia e hice un recorrido a través de toda su evolución y fue un auténtico descubrimiento. Conocer y comprender los desafíos y los problemas a los que la Iglesia se enfrentó a lo largo de los siglos y cuáles fueron sus respuestas en cada momento me ayudaron a entender mejor todo ese proceso y, sobre todo, a dar sentido a nuestra situación actual.

Buscadores de la verdad

De la misma manera que ahora nos encontramos en un momento de crisis que necesitará de la ayuda del Espíritu Santo para descifrar el siguiente paso de esta fascinante historia, a lo largo de los siglos la Iglesia se encontró en situaciones similares y tuvo que encontrar respuestas para salir de esos atolladeros. Hombres y mujeres lúcidos y brillantes, buscadores de la voluntad de Dios se afanaron en descifrar las señales de la sociedad y de los tiempos a la vez que escudriñaban “el cielo” para conocer cuál debía de ser el rumbo de la Iglesia. Sus nombres son los que salen en los libros de historia, pero no solo ellos fueron los artífices de esos cambios. A su alrededor otras personas, afines o enemigos, se encargaron de conformar un “caldo de cultivo”, un ambiente, un pensamiento que contribuyó a esa evolución.

El paso de ser una religión perseguida a una “religión de estado”, los primeros concilios, su relación con el “poder terrenal”, los cismas, el desarrollo de la ciencia, las revoluciones sociales… han sido motivos y oportunidades para reinventarse, para dar respuesta a las necesidades de la gente de su tiempo. Con mayor o menor fortuna la Iglesia ha buscado desde sus inicios llevar a buen término esa labor de mediadora entre Dios y el ser humano.

Invertir en conocimiento

Dedicar tiempo a conocer cuál es nuestra historia pasada y reciente me ha ayudado muchísimo a comprender mejor a la Iglesia actual, en la que yo me desenvuelvo. Y por qué no decirlo, también a reconciliarme con algunos aspectos de ella de los que me cuesta sentirme partícipe. Puede que no los comparta, pero ahora entiendo de donde vienen y en cierta manera me parecen hasta lógicos. Todo esto me ayuda a amarla más profundamente.

El desconocimiento y la ignorancia siempre llevan al juicio y a la crítica fácil. Invertir tiempo en conocer la historia de una persona te ayudará a empatizar con ella. Conocer el pasado de tu familia te facilitará entender muchas de sus relaciones y de sus conflictos. Estudiar la historia y la cultura de un país te acercará a sus habitantes y a su idiosincrasia. En una época en la que el conocimiento y el saber cada vez son menos valorados se hace apremiante que los cristianos nos esforcemos en dar un salto de calidad en nuestro nivel intelectual. Esto nos facilitará que no seamos manipulados por corrientes de pensamiento, por partidos políticos o por modas pasajeras. Desarrollar el espíritu crítico bien fundamentado nos ayudará como miembros de la Iglesia a acompañarla y a orientarla durante esta nueva readaptación, una más de las que tantas ha vivido.

Invertir en el saber será fundamental para una nueva generación de cristianos (y de ciudadanos también). En un momento en el que los referentes son cada vez más difusos y se hace más necesario desarrollar ese espíritu crítico del que hablaba anteriormente, el conocimiento será crucial para acompañar a la inspiración del Espíritu Santo y así poder alumbrar una nueva etapa de la vida de la Iglesia. Y, quizá, aparecer algún día en los libros de historia.