El pasado domingo la Iglesia Católica celebraba el Domund, el Domingo Mundial por las misiones. Una jornada para recordar, reconocer y apoyar a todos aquellos misioneros que han nacido de la Iglesia y que han dado su vida por transmitir la fe y la misericordia de Dios a los más desfavorecidos y alejados, desde hace siglos.

En el artículo anterior de este blog, Rocío nos relataba su encuentro con tres chicas y cómo había surgido entre ellas una relación muy especial fundamentada en su vocación al celibato y a la entrega a Dios. Una opción por el Señor en exclusividad al servicio de la comunidad y de la Iglesia.

Dentro de unos días celebraremos el matrimonio de dos hermanos de comunidad. Una pareja que decide unir sus vidas y comenzar un proyecto juntos, delante de Dios y de sus hermanos cristianos. Desde ese día sus vidas y sus sueños se entrelazarán de tal forma que serán una nueva “creación”.

Tres ejemplos vivos, reales y actuales de que Dios continúa cautivándonos, llevándonos al desierto y susurrándonos al corazón. Y, una vez conquistados, nos lanzamos al mundo, allí donde nos sintamos llamados por Dios a entregar y desarrollar nuestras vidas, siempre al servicio del Reino.

Realidad cada vez más resbaladiza

Suena raro hablar así en estos tiempos que vivimos en los que cada uno mira para sí mismo y su propio interés. Tiempos en los que es complicado encontrar opciones de vida para siempre, permanentes, en las que poder confiar y apoyarse. Hoy en día todo puede cambiar. Lo que hoy es negro mañana puede ser blanco, o verde, o amarillo. Todo depende
de cómo se levante a quien le toque contarlo o vivirlo.

Mientras, esta sociedad continúa con un discurso cargado de apariencias, alejado de la vida real de las personas. Un discurso en el que el esfuerzo, la perseverancia y la renuncia quedan escondidas, ocultas tras los focos del éxito exprés. Y con este panorama nos encontramos con que las personas pierden la confianza y la esperanza y cada vez se vuelven más independientes, más encerradas en sí mismas, incapaces de adaptarse a una realidad cada vez más resbaladiza.

Vocaciones a la eternidad

Y, mientras tanto, siguen surgiendo vocaciones a la eternidad. Vidas de entrega y de servicio. Vidas para toda la vida. Personas que quieren que el amor de Dios sea el único fundamento del planeta y que están dispuestas a poner toda la carne en el asador para que así sea. Un misionero en una recóndita aldea de África o de Asia. Un matrimonio haciendo realidad la voluntad de Dios para sus vidas, dando fruto allí donde estén, en un céntrico barrio de Madrid o en un pobre poblado de la India. Una chica seducida y enamorada de Dios dispuesta a poner su vida y sus capacidades en el altar como ofrenda real a Él, acompañando, liderando, orando…

Personas de carne y hueso, con rostros, que funden el Evangelio con la vida. Que, como San Francisco, gritan que el “Evangelio puede ser vivido” y lo demuestran con sus actos, con sus opciones y con su perseverancia. Hermanos que me confirman que el cristianismo no es una utopía y que me animan a seguir confiando en que Dios hace nuevas todas las cosas, sacando luz de la oscuridad y haciendo brotar agua en el desierto.

Aun en estos tiempos en los que las tinieblas parecen abarcarlo todo poco a poco y en los que los grandes valores de la humanidad son ridiculizados, podemos ver cómo el reino de Dios sigue peleando por instalarse en medio de nosotros, por medio de hombres y mujeres que optan por entregar sus vidas sabiendo que el precio puede ser muy alto, pero que la recompensa lo será aún más. Yo conozco a unos cuantos y te aseguro que no son muy diferentes de ti o de mí, así que mantengamos la esperanza y la lucha en que nosotros también podemos convertirnos en personas de luz para la humanidad involucradas al cien por cien en que la misericordia de Dios llegue a todos los hombres.