Últimamente me siento muy observadora y me encuentro prestándole atención a cosas que jamás me hubiera detenido a analizar antes. En mi familia, que son con las personas con las que más convivo a diario, he encontrado dos perfiles completamente opuestos de personas que me ha llamado la atención y eso es lo que quería compartiros hoy.

Por un lado tenemos a uno de mis parientes que es una persona que se estresa con mucha facilidad y que siente que el mundo siempre actúa en su contra y no tiene ningún problema en expresar su insatisfacción crónica con la vida. Podéis imaginaros lo difícil que se puede hacer convivir con una persona así o incluso intentar comprarle un regalo por su cumpleaños.

Sin embargo, unidos por los mismos lazos de sangre está mi tío. Él jamás pierde los nervios, cada día va al trabajo con una sonrisa y con él da gusto conversar porque parece que, aunque no sea así, siempre ve el lado bueno de las cosas y su alegría es muy contagiosa. Ni siquiera es cristiano y la diferencia que existe entre estas dos personas tan cercanas a mí realmente me hace ver que es una cuestión de actitud y me parece admirable. Siento que muchas veces no suele haber un punto medio entre estos, un día puedes ser una bola de demolición y destruir todo y a todos los que se crucen en tu camino y otras veces parece que te vas a comer el mundo.

También podría poner muchos ejemplos de personas creyentes a las que conozco y que es impresionante cómo su sola presencia ilumina una sala y la positividad con la que afrontan la vida es realmente inspiradora y me recuerdan una frase de Henri J. M. Nouwen donde dice “La disciplina de la gratitud es el esfuerzo explícito de reconocer que todo lo que soy se me es dado como un regalo de amor, un regalo para celebrar con alegría.” Esta frase, con lo sencilla que es, es terriblemente complicada de llevar a la práctica, pero creo firmemente que practicando la gratitud con disciplina nos es más fácil encontrar paz y las ocasiones de agradecer son ilimitadas. Otra frase del mismo Nouwen dice “cada ocasión para quejarse puede serlo también para agradecer”.

Enlazado con esto, recientemente realicé un cuestionario que me recomendó un amigo en el que con una lista de preguntas te decía a qué eneatipo pertenecías. Mi eneatipo resultó ser el 9, el “pacificador”, aquel que intenta evitar los conflictos a toda costa para que no irrumpan en su estado emocional y mental. No pensé que un simple formulario pudiera revelarme algo en lo que tengo tanto que trabajar. Y es que realmente siento, y no sé si seré la única persona a la que le sucede, que me frustro intentando encontrar paz en situaciones angustiosas o complicadas, intentando sacar lo bueno de cada situación para sentirme mejor cuando la paz ya nos la da Dios a través del Espíritu Santo y cuando más cercana sea nuestra relación con Él más inamovible podremos decir que es nuestra paz.

Estamos afectados por muchísimos estímulos a nuestro alrededor, la mayoría negativos, que nos perturban; pero del mismo modo también vemos lo fácil que es transmitir con una sonrisa o unas palabras alegría a la gente. Hay personas como mi tío que, misteriosamente, tienen esta actitud positiva ante la vida ya instalada de serie, pero nosotros sabemos que nuestro generador de paz es Dios y que Él quiere que utilicemos este regalo para ayudar al resto de hermanos.

El Señor dará fortaleza a su pueblo; el Señor bendecirá a su pueblo con paz (Sal 29:11).