A veces, pensando en lo que los demás dicen sobre la Iglesia y los cristianos, llego a la conclusión de que tienen parte de razón. Incluso yo me he visto dentro de la famosa crítica sobre la cantidad de adornos que se han ido añadiendo alrededor de la vivencia de la fe y que muchas veces es motivo de rechazo o lejanía de las personas que se quieren acercar a ella. Todo esto me ha llevado a pensar y a anhelar una cosa: necesitamos sencillez. Volver a los inicios. Acudir al Evangelio. Lo he ido viendo más claro a lo largo de estos últimos tres años a través de mi propio proceso personal y experiencia comunitaria con tanto escuchado, dialogado y visto hecho vida. Y, también, al estar acompañando más de cerca a personas en su relación personal con Dios y todo lo que esto conlleva, pues uno se da cuenta de que se necesita empezar por algo.

Cuando entiendes las palabras

Al final se trata de estar atento al mensaje que Jesús nos dejó con sus gestos y sus palabras y que podemos encontrar y conocer en el Evangelio. Después, tocaría entenderlas; a solas o en compañía, pero sin añadirles nada más. Hay muchas ayudas en Internet para entender y profundizar en las palabras de Jesús que nos pueden venir bien cuando no sabemos por dónde empezar o, también, podemos pedir al Espíritu Santo, en un momento a solas con Dios, que nos dé un poco de luz y nos enfoque lo importante para nuestras vidas. ¡Es tanta la diferencia de pasar de no entender a entender! Y esto lo sabemos cuando sucede: nuestra mente hace clic y todo nuestra persona descansa, tiene paz, cambia algo a mejor, madura algún aspecto, crece, ve con claridad el camino a seguir… Sabemos que solamente de palabras no se puede vivir, pero también sabemos que necesitamos las palabras para poder hacerlas vida y pasar a la acción concreta.

Nos comunicamos a través de la palabra. Lo hacemos para conocernos entre nosotros y entrar en diálogo con las personas que tenemos a nuestro alrededor. Es un punto de partida cuando no se dan situaciones concretas donde podemos conocer un poco más a la persona. La palabra es uno de los vehículos para comunicarnos y darnos a conocer, para llegar a la otra persona y poder transmitir lo que hay en nuestro interior. Por eso es importante cuidarla, saber expresarla y entenderla en todos sus matices o, al menos, en el matiz que le dé quien la emite. ¿Qué sucede en nuestra vida? Que muchas veces nos perdemos en las palabras, nos fijamos solo en ellas o les damos mucha importancia. Y de ahí se dan un sinfín de conversaciones y discusiones para explicar lo que hemos querido decir, lo que entendemos o no entendemos, lo que pretendíamos al decir o no decir eso mismo, lo que transmiten o dan a entender esas palabras… Es un continuo estar en las palabras que a veces puede agotar. Pero, también es verdad, como dice un dicho: hablando se entiende la gente.

Jesús hacía lo mismo con sus discípulos cuando no entendían sus gestos. Él no se cansaba de repetir su mensaje una y otra vez con parábolas o sin ellas, no le importaba quedarse con ellos conversando e intercambiando pareceres hasta llegar a la verdad de las cosas y de sus personas. Quizá sea esta la diferencia y a lo que hay que tender cuando estamos en el discurso: ayudarnos entre todos a llegar a la verdad de nosotros mismos y de las cosas. Esa verdad que nos mueva a ser nosotros y a conocer las cosas como lo que son para que nuestras palabras signifiquen.

Cuando haces vida las palabras

Lo bueno que tiene Jesús es que puedes ver en su vida lo que dicen sus palabras. Hay muchísimos ejemplos a lo largo del Evangelio. Hoy quiero resaltar dos muy claros:

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

(Jn 15,13)

No es solo una frase bonita sino que es verdad. Todo lo que va diciendo sobre el amor al prójimo y la importancia del hermano se materializa en su muerte: Jesús entrega su vida por sus amigos (tú, yo, quienes aceptamos su amistad) voluntariamente, no le importa perderla para que sus amigos tengamos vida. Es un amor verdadero que no mira solo por sí mismo y cada uno de nosotros podemos palparlo, sentirnos amados por él.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.

(Mt 11,28)

Los que se acercaron a él, empezando por los discípulos, pasando por la samaritana, por Marta y María y terminando por cada uno de nosotros que le seguimos o estamos empezando, sabemos que esas palabras son verdad: estar cerca de Jesús, tener su presencia en nuestra vida, lleva a descansar y a poder ver las cosas que nos suceden con un sentido que alivia nuestra incertidumbre y nos permite vivir un día tras otro con esperanza.

Hoy estamos necesitados de referentes como Jesús: personas que hagan vida lo que dicen, y que lo que vivan lo puedan enseñar con un lenguaje sencillo. Despertar las conciencias se hace desde el propio testimonio de vida. Una actitud coherente, una vida que tiende al amor hacia los demás, hacia Dios y hacia uno mismo llama la atención y remueve el interior de las personas que reciben ese amor y el de las que lo observan desde la distancia. Necesitamos ver que haya esa correspondencia entre el discurso y la realidad en nuestras vidas, o como decía san Juan Pablo II: La Iglesia de hoy no necesita ‘cristianos a tiempo parcial’, sino cristianos de una pieza.

Cuando el hacerlas vida te lleva a respirar tranquilo

¡Es un tesoro encontrar a estas personas y convivir con ellas! Y es una pasada cuando tú, en primera persona, llegas a ese punto y notas que vas a una, que eres tú y que transmites justo lo que dices que quieres vivir. Tu vida es auténtica, tu vida habla a los demás, tu vida es luz, tu vida es fructífera. Pienso que todos podemos respirar tranquilos cuando vivimos así. Y cuando no, ¿qué sucede? Aparece la frustración, el estrés, la disociación o fragmentación, el sinsentido, la desesperanza, el ir sin rumbo por la vida e incluso puede aparecer la mentira o el postureo en nuestras vidas. Algo no funciona cuando hay distancia entre lo que dicen nuestras palabras y lo que muestran nuestras vidas. Corregir esto es todo un proceso personal y lleva su tiempo, pero vale la pena emprender ese camino e invertir en ello.

Sí, vale la pena porque al final seremos capaces de explicar esas palabras desde nuestra propia vida y no hacer un copia-pega de aquellas palabras leídas, sino que saldrán desde nuestra cosecha personal que se ha unificado con lo escuchado, leído, conversado y descubierto durante todo ese proceso. Es bonito pensar, y no solo pensar, también hacer experiencia de conocer personas que, aun viviendo todas un mismo carisma (en este caso de la fe), cada una lo transmite desde su propia vida, persona y personalidad. Esto enriquece a la comunidad, a la familia, a la sociedad, al mundo… Lo embellece. Es algo que yo pude ver en la gente que me encontré en este camino de fe y de lo que me enamoré. Me sonaba todo mucho más sencillo y auténtico, por eso me fue fácil confiar y querer eso mismo en mi vida. Quizá nos hemos empeñado tanto en elaborar respuestas intelectuales ante los ataques a nuestra fe y de adornar nuestras prácticas espirituales que nos hemos olvidado de lo esencial que nos habla de sencillez: hacer vida el Evangelio.