Yo era una persona normal, incluso con una fe siempre a mí manera y viviéndola sola, acudía alguna vez a misa… pero siempre en busca de algo más.
Una amiga mía me invitó hacer un curso de cristianismo, “Alpha”, sin yo saber muy bien dónde me metía, organizado por la Comunidad Fe y Vida.
Así que me apunté y durante 10 semanas seguidas estuve, cada martes, conectada y compartiendo debate y cenando con una gente que no conocía y hablando de Dios. A mí me hervía la sangre cada vez que acababa ese día (pues siempre me quedaba con ganas de más) y con muchos sentimientos, pensamientos, dudas…
Me había comprometido a asistir y los compromisos hay que cumplirlos (así me lo tomé, y tenía algo dentro de mí que no me dejaba perderme ninguna sesión) así que, semana tras semana, continué cenando y charlando con un grupo de personas que no conocía de nada, pero a las que poco a poco fui conociendo y cogiendo un cierto cariño. De hecho descubrí que disfrutaba con las cenas y con los debates y que, lejos de temer la noche del martes, esperaba con cierta ilusión que llegara la próxima semana.
En una de las últimas sesiones la gente del equipo de organización ofrecían oración y ese día pedí que rezaran por mí: sentí cómo se movía algo dentro de mí y unas ganas inmensas de llorar (me emocioné mucho).
De cara al final del curso nos invitaron a un encuentro presencial: al fin llegó el día en que pude poner cara a las personas a las que tenía cariño y que solo había estado viendo por Zoom tantas semanas.
Este encuentro fue una experiencia inolvidable: los ratos de oración, esas canciones donde alabar a Dios todos juntos (era precioso), y se hacía presente en mi interior… Sentía que se movía todo dentro de mí, me estaba sintiendo feliz (aún sin cantar muy bien las alabanzas, pero salía desde mi interior).
Ese fin de semana todos juntos compartimos alabanza, juegos, risas, charlas…
Llegó el momento de pedir el Espíritu Santo: personas del equipo rezaban por uno de cada uno de nosotros si queríamos, y yo me acerqué. No tengo palabras para explicar mi experiencia en ese momento, solo sé que al ponerme la mano en el hombro la persona que rezaba por mí empecé a sentir un nudo en mi garganta, ganas de llorar, mi corazón sentía que latía más de la cuenta, empecé a llorar sin saber por qué… Fue un momento único, en donde solo lloraba y seguía llorando. Las veces que rezaron por mí algo pasaba dentro de mí, los momentos que alabamos a Dios también. Este encuentro fue una experiencia única inolvidable, un fin de semana súper corto para mí.
Quiero dar gracias por la oportunidad que me dieron de hacer este curso Alpha, donde aprendí mucho de cada uno de mis compañeros, y estoy totalmente convencida de hacia dónde quiero ir: Dios está en mi vida, y siempre presente.
Silvia Ouali
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