Aceptar una invitación para ir a Impacto, preparar la maleta y ponerte la credencial al llegar. Ese cartelito negro y amarillo que te recuerda cómo te llamas y que los demás miran de reojo mientras se presentan. Este, este es sólo es el inicio para empezar a conocer las cosas grandes que hay pensadas para ti y para descubrir que eres mucho más de lo que te imaginas.

 

Estos días intensos rodeada de tan buena compañía han estado llenos, muy llenos, del ritmo de la Gracia. A veces me daba la impresión, por mi falta de confianza, de que Dios allí no podía estar haciendo nada bajo una carpa de plástico blanco, sobre una tabla de surf, bailando danza urbana, a lomos de un caballo o saboreando un helado de Regma. Pero mis ojos lo han visto, han visto que Dios lo vuelve a hacer otra vez y que puede mover montañas.

 

 

Lo he visto en algunos de mis hermanos que, dejando bailar al Espíritu Santo, se han entregado por completo a Jesús mientras oraban por ellos el sábado por la noche. Y lo he visto en mí, que tengo agujetas de bailar con el Espíritu Santo. También lo he oído en la música y he visto cómo el Amor de Dios por cada uno de nosotros sigue impactando, sigue sanando heridas y restableciendo ruinas.

 

Las heridas se manifiestan y se mueven cuando se las cura. En un hospital de campaña donde la música y el Espíritu sanaban, las lágrimas de algunos dejaban ver cómo estaba teniendo lugar la sanación. Dios desmonta y sigue impactando por encima y más alto de todos nuestros planes. Levanta a los guerreros.

 

 

Si algo me llevo de impacto, además de risas, gente espectacular, la barriga cuidadosamente llena (¡felicidades a los cocineros!) y buenos ratos, es esa decisión de mirar hacia el oriente. La Eucaristía del último día en la que decidíamos elegirle a Él, mirando hacia el sol que nace de lo alto me ayudó a dejarme de bobadas y a sumarme a ese aquí estoy, envíame.

 

 

Gracias a todos los que han puesto todo de su parte para que Impacto impacte. Hay mucho curro detrás de todo esto y los que lo disfrutamos os lo agradecemos. Gracias por vuestros testimonios, ganas de llevarnos a Dios, por vuestra personalidad y por gritarlo, ¡¡Bueno es Dios!!

 

Patricia Romero Acero