Este año no me han pedido que escriba sobre cómo nos ha ido, a la comunidad, en el encuentro de ENC del pasado fin de semana en Presov (Eslovaquia), pero sí que me han preguntado varias personas qué me llevo personalmente. Así que quiero hablar de algo que he podido vivir allí y no quiero olvidar, por eso lo comparto y dejo por escrito.

Era la tercera vez que iba a un Gathering del ENC tras un par de ediciones anteriores en Polonia. El esquema del encuentro me lo sabía muy bien y, después de ver los temas de las charlas y los diferentes talleres, pensé que quizá no habría nada que me sorprendiera. Todo me era familiar. Pero hubo algo que, por mucho que lo hubiera vivido, por mucho que lo reconociese, por mucho que hablara de ello… fue novedoso, es más, me asombró gratamente esta vez. ¿A qué me estoy refiriendo? A la unidad. Allí podías ver banderas europeas izadas por todo el recinto, personas de países y denominaciones cristianas diferentes con una vivencia de la fe común a todos, pero con sus diferencias y particularidades. Allí podías escuchar idiomas varios, oraciones en alto de todo tipo, cantos sentidos e historias personales de calado que bien podrían ser la de uno. Allí se dio lugar un encuentro de personas que comparten relación con un amigo en común que les une a cada uno. Llama la atención todo lo que puede suceder cuando hay unidad.

Unidad en la diferencia

Precisamente la unidad forma parte del ADN de la comunidad junto con evangelizar, acompañar y consolar. Cuatro pilares que hablan de nuestro carisma y que están tomadas de nuestra lectura fundacional (Isaías 61, 1-4). Tras el encuentro de ENC vuelvo a España con el tema de la unidad muy vivo. Quizás ha sido lo que más me ha tocado personalmente de esos cuatro días. Somos muchos cristianos, no estamos solos. Hay esperanza en este mundo porque es posible la comunión. Lo hemos podido vivir en Presov: daba igual quién tuvieras al lado a la hora de alabar, de comer o de dar un paseo. Acogida en esta puro. Interés real por la persona. Preocupación por la realidad de cada comunidad. ENC es un modelo. Es una pequeña gran familia donde tener referencias para no perderse.

Por más que se experimente esto, uno nunca se acostumbra. Es cierto que lo podemos ver como algo normal, pero no es nada normal. ¿Quién no se queda sorprendido al ver gente tan diferente reunida? Y lo que más me llamó la atención, una vez más, fue estar en casa. Sentirme en casa. Poder orar y cantar en las alabanzas como saliera de mí siendo yo, unas veces a pleno pulmón, otras en silencio y expresando con el cuerpo. Me di cuenta de que no solo me sucedía a mí sino a cada una de las personas que estaban a mi alrededor. Podía verlo en ellas, esa libertad, ese ser ellas mismas, ese relacionarse en confianza. Y es que ENC es un espacio seguro, es un encuentro de rostros conocidos que cada año adhiere unos cuantos más. Quizás es esto lo que muchos buscamos: un hogar del que sentirnos parte, donde caminar acompañados y ensanchar el corazón; un hogar donde conocer la Iglesia en su vasta amplitud, reconocer a Jesús en ella y alimentarnos de su sabiduría; un hogar donde crecer y aprender; un hogar donde experimentar la relación trinitaria (comunitaria) de Dios y la acogida de las peculiaridades de esa relación.

Escuchar observando

Esos cuatro días me dediqué a observar. En el artículo anterior Carlos nos invitaba a escuchar y recordaba la importancia de este gesto. Y es lo que puse por obra en cada momento. Pero lo hice de otra forma: escuché observando. Observaba qué me decían los rostros, los movimientos de las personas, los gestos, el ambiente que me rodeaba. Me encanta observar. Me quedaría observando mucho más tiempo del que empleo, pero me entran sospechas de que quizá alguien se sienta intimidado. Pero, ¡cuánto aprendemos observando y cuánto descubrimos! Hay tanta belleza a nuestro lado, en nosotros, con nosotros. Dios nos ha dado una sensibilidad para apreciarla y no debemos descuidarla.

Cuando observas te detienes. No pierdes detalle de cuanto acontece delante de tu mirada. Observas aprehendiendo todo lo que ves. Observas abrazando el momento. Observas y tienes paz, sobre todo en un ambiente como el que encontré en Presov. Observé tantas cosas y cómo me hablaron cada una:

Cómo un hermano rezaba por otra hermana al oído mientras cerraba los ojos y ponía con delicadeza su mano sobre su hombro. Cómo una mujer se emociona con la alabanza y le saltan las lágrimas al instante. Cómo una persona ondea la bandera al ritmo de la música alabando a Dios y dejando que su cuerpo exprese su oración. Cómo otra persona sonríe a otra en un momento difícil por lo tratado en una charla. Cómo un marido abraza a su mujer y es cariñoso con ella tras una bendición preciosa. Cómo un bebé está confiado en brazos de su padre. Cómo se saludan dos personas tras tiempo sin verse. Cómo una mujer recoge los restos de la cena con tanto brío y una gran sonrisa en su cara. Cómo llora de emoción un hombre tras recibir un cargo de responsabilidad y coger el relevo de una persona importante. Cómo conversan y tratan temas importantes y difíciles dos responsables de comunidad. Cómo un grupo de jóvenes agradecidos agasajan a una persona que ha velado por ellos. Cómo una niña baila y baila a su ritmo sin importar lo que piensen los demás. Cómo un obispo reza y se entiende con tan solo la mirada con una persona que necesitaba su oración. Cómo una joven se aparta a un lugar más tranquilo para cerrar los ojos y hablar con Dios.

Y ocurre el milagro

¿Cómo pude observar tantas cosas? Me lo permitió el estar sentada atrás para poder llegar a más. También el moverme de una lado para otro. Pero, realmente, se llega a observar si uno quiere y busca observar. Hubo un momento en que me paré a observar adrede en mitad de una alabanza. Recorrí el lugar con la mirada de izquierda a derecha, de delante atrás. No perdí detalle de cada rostro, de cada movimiento, de cada persona, ¡de lo que ahí sucedía! Cientos de personas orando juntas. Cientos de personas con sus historias personales, pero en las que Jesús está presente. Cientos de personas priorizando la comunión. Cientos de personas apostando por la vida en comunidad. Cientos de personas siendo testimonio las unas de las otras. Cientos de personas con fe. Cientos de personas con una vida convertida. Cientos de personas con una esperanza común. Cientos de personas queriendo una vida con sentido. Cientos de personas viviendo en la presencia de Dios. Cientos de personas trabajando por el Reino de Dios. Cientos de personas buscando que sus vidas y su corazón sean transformados.

Es un pequeño gran milagro. No serán miles, pero un buen puñado de gente que marca la diferencia cuando se unen y viven algo en común. El mundo necesita de estos pequeños hogares de amor. El mundo necesita creer que hay algo más que lo que uno vive aquí en la tierra. El mundo necesita que tú y yo nos amemos. El mundo necesita de pequeños grandes milagros como la familia de ENC, como cada una de las comunidades que la forman. El mundo necesita saber que hay alguien vivo entre nosotros que da sentido a todo esto. El mundo necesita a Jesús, que permite que todas estas cosas se puedan dar, vivir y experimentar.