Me quedé totalmente sorprendida cuando me pidieron que escribiera mi testimonio el pasado fin de semana; acabábamos de celebrar el capítulo, momento en él que se pronuncian los compromisos para formar parte de la comunidad y yo los había pronunciado por primera vez.

 

No sabría por dónde empezar si no es por el principio: mi infancia. Mis primeros recuerdos están marcados por la presencia de Dios, era rápida en recurrir al Señor por cualquier cosa y recuerdo largas conversaciones con Él en mi cama. Mi madre venía con cierta frecuencia para recordarme que tenía que dormir y con mucha gracia me decía que con todo lo que rezaba, a Dios no le iba a dar tiempo a escuchar al resto de los niños. 

 

No puedo decir que exista un momento concreto en mi encuentro con Dios, desde siempre ha estado ahí. Mi abuela me llevaba a misa pero mis padres no solían acompañarnos. Preparé la Primera Comunión con mucha ilusión, pero después no hubo continuidad, no volví a ir a catequesis y sólo iba a misa cuando íbamos al pueblo. Pronto vino la adolescencia, durante esos años le exigía a Dios explicaciones por todo (aún lo hago de vez en cuando) y me atrevía a castigarlo sin rezar alguna que otra noche. Recuerdo también la intensa soledad, no podía compartir mi experiencia con nadie: con mis padres no me atrevía, con mi abuela me parecía muy infantil, mis compañeros no lo comprenderían jamás… Tuve varias crisis de fe, dudas profundas que no sabía cómo resolver. ¿A quién preguntar? Eran momentos dolorosos, me llenaba de impotencia y tristeza. Esta era la fe para mí hasta hace unos años, una intimidad profunda con Dios sin hermanos. No comprendía, no veía más allá; en mi oración siempre estaban presentes los demás pero nunca creí que el camino se podía compartir. Por eso me sorprendió tanto que me pidieran mi testimonio, aún me cuesta compartir. 

 

Compromisos Fe y Vida

 

En 2015 la comunidad ecuménica de Taizé hizo un encuentro en Valencia, esa fue mi primera relación con una comunidad. Desde ese año he ido en varias ocasiones a Taizé y a un encuentro de fin de año que se celebró en Basilea (Suiza). La oración de clausura de ese encuentro fue un momento dulce y amargo a la vez. Había sido tan bueno lo compartido esos días pero de nuevo volvía a la soledad, a un lugar en el que nadie comprendía la intimidad de la relación con Dios y pedí (casi sin saberlo) encontrar un lugar. Alicia, compañera en ese viaje y que desconocía por completo esto (no suelo compartir), me presentó la comunidad Fe y Vida. Han pasado ya casi dos años de esto, durante los cuales no he dejado de asistir a sus reuniones, he hablado con varios miembros comprometidos y he rezado mucho. Ahora tengo la confianza de que este es mi lugar para crecer en la fe.  He comprendido al fin que la fe en solitario es un sinsentido y es un regalo tener hermanos con los que poder alabar, bendecir, aprender a amar, a perdonar y quizá alcanzar ese sueño de Dios para nosotros.

 

Rebeca