Dentro de las enseñanzas sobre los distintos carismas, servicios o ministerios que hay en la comunidad hemos hablado previamente del servir, que es uno de los ministerios que de los que habla Pablo y, aprovechando eso, hablamos también de algunas características que todos los ministerios tienen que tener. Hablando del ministerio propio de servir que es, os recuerdo, el de aquellas personas que, sin tener un carisma muy concreto, sin embargo su carisma por decirlo de alguna manera es la disposición que tienen a servir y a estar en cada momento donde se les necesita.

El acompañamiento en la Biblia

Hoy vamos a hablar del carisma de acompañamiento. En la Biblia no se habla de acompañamiento, se emplea en la Biblia paidagogeo, que de ahí vino la palabra “pedagogía”; significa enseñar/instruir y se puede traducir por pastorear. En la Iglesia católica por razones en las que no vamos a entrar aquí la palabra pastoreo a lo largo de los siglos se ha ido restringiendo solamente a los sacerdotes ordenados. Por no confundir los términos, en vez de pastoreo vamos a hablar de acompañamiento, pero es una cuestión puramente terminológica, ya digo que en griego la palabra significa acompañar, instruir, servir en el sentido de que una persona aprenda una serie de cosas.

En la palabra de Dios tenemos muchos ejemplos de acompañamiento: hay ejemplos muy entrañables, aunque generalmente la Biblia no describe mucho las cosas porque tiene un tipo de teología narrativa, pero podemos ver algo de esta actitud en líderes como por ejemplo Moisés y Josué o Elí y Samuel o Elías y Eliseo. En el Nuevo Testamento quizá la relación más clara de esto es la de Pablo con Timoteo. Se conservan dos cartas a Timoteo, que no son de San Pablo, sino posteriores, pero que reflejan un poco esa actitud de Pablo hacia quien fue su discípulo quizá más importante y en ellas se dan una serie de consejos que sirven para todas las circunstancias y para todas las épocas a este nivel.

La palabra paidagogeo es la palabra exacta que pablo en Cor 1, 4-15 cuando habla a los corintios y les dice:

Porque aunque tengáis innumerables maestros en Cristo, sin embargo no tenéis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio.

Cor 1, 4-15

Es cuando Pablo está defendiendo su paternidad espiritual sobre la Iglesia de Corinto. Viene a decir “Bueno, sí, mucha gente os ha instruido, pero yo os engendré en la fe” y aquí utiliza esta palabra. Yo pienso que en el cristianismo hoy en día el acompañamiento es un don de importancia extraordinaria. Todos los dones son importantes pero, precisamente en el momento en el que estamos hoy, tiene una importancia extraordinaria porque en la Iglesia católica se desempeña muy poco. De hecho casi no se desempeña. Salvo que una persona esté en una orden religiosa o en una comunidad que tenga las cosas muy claras, el acompañamiento personalizado en el estilo en que lo entiende Pablo se utiliza muy poco. En las parroquias apenas se utiliza. En los colegios católicos prácticamente tampoco. Es como una especie de figura que se ha ido perdiendo con el tiempo, quizá comenzó en el momento en que se perdió la institución del catecumenado, y desde entonces ha pasado mucho tiempo, pero es un don de extraordinaria importancia, y la ausencia de este es una de las causas por las que muchos cristianos hoy estén como están.

¿Cómo está la gente sin acompañante?

Puedes encontrarte personas que aparentemente tienen muchos conocimientos, o tiene una formación específica teológica muy buena, pero luego sus actitudes cristianas son muy deficientes. O sus comportamientos.

Observas en ellos como un desnivel muy grande entre unos aspectos y otros. Esto se debe a que estas personas no han ha sido beneficiarias de un acompañamiento personalizado como del que hablaba la palabra de Dios.

¿Qué es el acompañamiento?

Pues es, como su nombre indica, coger a una persona que es un niño en la fe y ayudarle a convertirse en un adulto en la fe de forma equilibrada. De la misma manera que una familia bien estructurada coge a un niño recién nacido y lo convierte en una persona adulta bien educada y responsable. ¿Eso qué incluye? Eso incluye muchos aspectos: incluye la formación intelectual, una cierta educación en habilidades sociales (un niño con diez años ya tiene que aprender que hay ciertas cosas que en ciertos sitios no se hacen y otras que sí), incluye también una alimentación física que sea equilibrada y que permita que el niño crezca, incluye una educación emocional y otras muchas cosas. Pues, lo mismo que en la familia se da este tipo de “acompañamiento”, a los hijos en la Iglesia debería darse este acompañamiento a los discípulos.

El acompañamiento en la Iglesia

El antiguo catecumenado tenía un poco esta función pero el catecumenado se perdió a partir del siglo V-VI porque ya era imposible hacerlo con cómo se había puesto la Iglesia y cómo había cambiado. Entonces la mayor parte de las personas, a medida que el cristianismo se va transformando una religión de discípulos en practicantes (no tanto en gente que tiene una relación con Cristo como en cuanto a gente que cree una serie de cosas y hace una serie de prácticas a veces independientes de su vida personal o de su comportamiento personal) y se pierde esta institución. ¿Qué fue primero el huevo o la gallina? Pues las dos cosas, no se sabe.

Lo que sí se sabe es que una de las cosas que la Iglesia tiene que recuperar hoy, si queremos salir de esta gran crisis en la que estamos inmersos y afrontar los desafíos que nos plantea el mundo que nos rodea, es precisamente esto; pues estos temas son muy importantes y es muy importante tenerlos claros porque muchas veces no hay claridad y, como no hay claridad, no se hacen las cosas.

Acompañante y acompañado

El acompañante tiene como fin a un niño en la fe y convertirlo en un cristiano adulto, así de simple. Obviamente hay una parte que le corresponde al acompañante y hay una parte que le corresponde a la persona. Es decir, por muy buen maestro que tengas si tú eres una persona rebelde, una persona que no quiere, pues no se va a poder hacer nada; tiene que ser una colaboración entre ambos y yo siempre digo que es muy importante que las relaciones estén en puntos claros. Si es una relación de hermandad que esté claro, si es una relación de amistad que esté claro, una relación de noviazgo u otra cosa. Siempre saber en el terreno en el que nos movemos en las relaciones personales es muy importante. Cuando una persona es acompañada/discipulada por alguien por alguien tiene que estar claro que esa es una relación asimétrica, es decir, no es de tú a tú, no puedes pedir a tu acompañante tratarle como él te trata a ti, porque la relación es asimétrica.

Yo, si estoy dando clase, tengo también una relación asimétrica con mis alumnos, pues yo tengo ciertas actitudes con ellos que ellos no pueden tener conmigo, eso está claro y conviene que lo esté. En el acompañamiento también. No es una mera relación de amistad (puede haber amistad además) pero primordialmente no es una relación de amistad, es una relación en el que uno enseña (aunque también aprenda porque nadie sabe todo y a veces tú puedes aprender muchas cosas de tus acompañados) y en la que otro aprende. Una relación en la que uno ejerce una autoridad y el otro se fía de esa autoridad, y tiene que ser así y tiene que estar claro.

La función del acompañante

El don de acompañar no es lo mismo que el don del psicólogo o del consejero. Hoy en día hay una mezcolanza muy grande de términos. El acompañante no es un terapeuta, porque la función del acompañante es la que he dicho, la de llevar a una persona desde los orígenes a la madurez en Cristo. Esa es la función del acompañante. Es verdad que cuando eso sucede se produce también una maduración a otros niveles, es decir, no se puede dar una maduración en Cristo sino no se da una maduración humana y una cierta maduración psicológica, eso va toda la vez. Pero hay que insistir bien en cuál es el objetivo. Puede haber personas que lo único que quieren es que las escuches pero no tiene ninguna intención ni de entregar su vida a Cristo ni de ser cristianos.

¿Esto se puede hacer? Bueno, a lo mejor se puede, tú por caridad o porque te parece conveniente puedes escuchar una persona, puedes ayudarla e incluso puedes decir “mira voy a quedar ciertas veces contigo y te voy a intentar ayudar sin esperar que te hagas cristiano o que te conviertas al cristianismo”. Puedes hacerlo, pero eso no es discipulado, no es un verdadero acompañamiento cristiano. Puedes hacerlo si a la persona le viene bien, lo haces por caridad como le das una limosna, como le echas una mano o la ayudas a cambiar la rueda de un coche si la pincha, pero conviene tener las cosas claras: el acompañamiento es lo que es.

El acompañamiento es para que una persona crezca en Cristo, no para que se sienta mejor ni para que sea de ciertos problemas psicológicos ni para que aprenda habilidades sociales ni para que se sienta más querido… esos son objetivos que pueden estar también ahí pero que son secundarios. El primero es el que es.

Yo pienso que hay una cuestión muy importante: cuando se acompaña a mucha gente y tú también has ido acompañado aprendes cosas, ves muchas cosas que tú has hecho mal y ves cosas que han hecho mal contigo. Así, vas aprendiendo y estas aprendo siempre, yo a veces acompañado la gente con frecuencia me doy cuenta de que meto la pata y eso hay que tenerlo en cuenta también. Nunca vas a hacer algo perfecto, porque tratar con personas es complicado, todos somos complicados. Pero enseguida te das cuenta de si la persona quiere o no quiere, o si solo quiere llevar el agua a su molino y utilizarte para justificar ciertas cosas, o si dice que se fía pero no se fía o si dice que te hace caso pero no te lo hace…

Yo en ese aspecto he llegado a las siguientes conclusiones, cada uno puede llegar a las que quiera, yo comparto las de mi experiencia personal: lo importante es vivir en la verdad. Cuál sea esa verdad ya es secundario lo importante es vivir en la verdad. Si no quieres no pasa nada pero reconoce que no quieres. Si no tienes interés, pues di que no tienes interés y no pasa nada. Si no te fías, pues no te fías.

Dar con un acompañante

Yo por eso pienso, aunque hay comunidades que lo hacen, que el acompañante no debe imponerse nunca. Aquí en Fe y Vida a veces aconsejamos a una persona que elija a un acompañante concreto, pero nunca lo imponemos porque nadie puede obligarte a confiar en quien tú no confías. Es así. Si yo no confío en esa persona ¡es que no me puedes obligar a que confíe en ella! Por eso siempre se intenta que haya un acuerdo por las dos partes, tampoco puedes obligar a alguien a acompañar a una persona a quien siente que no debe acompañar.

Yo recuerdo a una chica que era psicóloga terapeuta, argentina, hablando de este tema me decía “mira yo hay veces que hay clientes que no acepto” le dije “¿y eso?” y me respondió “hay gente que habla contigo, te cuenta un poco su problemática y tú sientes que no hay una empatía, no hay la mínima empatía necesaria para comenzar una relación terapéutica, entonces los derivo”. Me pareció muy sabio esto. Ella me decía “mira tú tienes que sentir una cierta empatía con la persona y ella contigo, si no, no la puedes ayudar”.

Con el acompañamiento sucede igual. Tú tienes que tener un cierto feeling con la persona que te acompaña, y por supuesto tienes que tener confianza. Si no hay confianza olvídalo, vale más que no empieces. El problema es cuando tú le ofreces en una comunidad un acompañante a alguien y dice “esa persona no porque tal” ¿y esa persona? “no, esa persona tampoco” ¿y esa otra persona? “No, tampoco” ¿Y aquella de ahí? “En absoluto” ¿Y esa otra? “no, no, no, no, no” Entonces vamos a ver aquí el problema no lo tienen ellos, parece que el problema lo tienes tú. Es como el “no me caso porque no encuentro a la mujer ideal” ¿Esta no te parece? “No, ni esa, ni esa, ni esa, ni esa” bueno, pues si ninguna te parece la mujer ideal el problema es que a lo mejor la mujer ideal no existe y el problema lo tienes tú. Esto es igual. Hay veces que con cierta gente no tienes empatía pero, si no tienes empatía con nadie, entonces, además de no tener empatía tienes un problema, eso está claro.

¿Se puede crecer en la fe sin un acompañante?

Esa es una buena pregunta. Parece ser que en algunos casos sí. Por ejemplo, nuestra patrona Teresa de Lisieux nunca tuvo un acompañante. Sí que su hermana Paulina, que fue superior a temporadas en el convento en el que ellas estaban, en algunos aspectos parece haber ejercido como acompañante de ella, pero desde luego un acompañante sistemático, un confesor, ella no lo encontró nunca, nunca jamás. También murió con veinticuatro años, así que tampoco tuvo mucho tiempo; eran los tiempos que eran, las monjas no podían salir de los conventos y te tocaban los confesores que te tocaban, entonces, si no tenías mucho feeling con el confesor que te tocaba, pues…

Sin embargo ella ya llega a decir en un momento que a las almas que no encuentran un maestro, un acompañante, el propio Señor la acompaña. La pongo como ejemplo, no sé si es un buen ejemplo en el sentido de que Santa Teresita es una persona desde muchos puntos de vista excepcional y no se puede generalizar con ella, pero sí que hay gente que, a trancas y a barrancas, sin un acompañamiento muy específico ha conseguido bueno crecer hasta la madurez en Cristo. ¿Se puede? Se puede. ¿Es más difícil? Infinitamente más.

Paco de Lucía tenía un secreto (bueno, no era un secreto porque lo sabía todo el mundo): no podía leer música. Tocaba maravillosamente bien, era una persona extraordinariamente creativa con la guitarra, pero no podía leer una partitura ni escribirla. Y le preguntaban: Paco, ¿a ti eso en que te influye? y él decía “Me influye sobre todo en el tiempo”. Decía que un acorde que una persona que sabe leer lo lee y ya está, él tenía que estar a veces diez minutos buscándolo. Es decir: es un inconveniente. Pavarotti tampoco podía leer música, aprendía las canciones y las óperas de oído. Es un inconveniente. Puede haber casos, pero no es lo normal.

Esto pasa con todo, ese pasa con cualquier instrumento, pasa con un deporte, pasa con todo. Normalmente, si aprendes solo, aprendes mal. Y una vez que aprendes mal es muy difícil aprender bien. Si tú coges malos hábitos tocando la guitarra y poner la mano así en vez de ponerla asá y coges malas posturas puedes llegar un cierto nivel pero vas a llegar mal y tu proceso normalmente se va a detener antes. Aquí pasa exactamente lo mismo. Una persona que te acompaña y que es buena te ayuda muchísimo al principio. ¿Por qué? Porque te ayuda a no tener tú que encontrar todas las soluciones a todos los problemas que se van planteando, porque son soluciones ya encontradas y es absurdo que toda la humanidad tenga que caer en la misma piedra y tenga que repetir los mismos errores en cosas que ya se saben.

Un buen acompañante te las va a explicar para que no metas la pata en ciertas cosas que son conocidas, y te va a enseñar cuáles son las vías para que tú crezcas en la fe de la mejor manera y en el menor tiempo. Yo no sé por qué cuesta tanto explicar esto en el terreno espiritual cuando en todos los temas terrenos de la vida está clarísimo. Si tú quieres aprender una técnica más o menos complicada necesitas un maestro, un profesor, esto lo sabe todo el mundo.

Ejerciendo el acompañamiento

En esto del acompañamiento influye mucho el carácter. Yo he encontrado personas muy heridas de cuya confianza se había abusado y siempre te queda la duda de si utilizan esto como un pretexto para no comprometerse, pero yo he conocido gente que ha tenido experiencias muy duras en una orden religiosa. Experiencias de haber visto sus derechos pisoteados o haber sido tratadas con mucha injusticia y luego son incapaces de entrar en una comunidad, no quieren ni oír ni hablar ni de comunidades ni de directores espirituales ni de confesores ni de nada. Hay que tener mucha paciencia, hay que tener mucho cuidado y hay que tener como un don especial para tratar con estas personas.

Igual esto era más antes, yo creo que ahora en la Iglesia se respeta muchísimo a la gente en términos generales y no es tan frecuente encontrarte personas así. También hay personas a las que simplemente no les da la gana. Yo hay una cosa que siempre dejó muy clara con esto: si tú no has sido acompañado nunca podrás acompañar. Si tú no has obedecido nunca podrás mandar. Si tú nunca has tenido confianza en alguien nunca puedes pedir a nadie que tenga confianza en ti. Porque uno no da lo que no tiene ni puede explicar lo que no vivido. Uno solo tiene derecho a hablar de lo que sabe y de lo que ha vivido. Si no lo has vivido puedes expresarlo como una opinión, pero esto es así. Yo sé que estas cosas son muy de Perogrullo y la mayoría seguro que las sabéis, pero es bueno recordarlas.

Yo por ejemplo que doy clase a adolescentes me doy cuenta de que las principales necesidades que tienen son tres: ser queridos, ser escuchados y ser motivados. Hoy en día el papel de la escuela no es enseñar, porque los conocimientos están ahí y hay un derroche absoluto de información, pero la escuela debería ser un lugar de enseñar técnicas, de ayudar a las personas a sentirse amadas y sobre todo de motivar a la gente. Me doy cuenta de que los chavales necesitan sobre todo motivación. Motivación, motivación, motivación. Y normalmente se les da represión, represión, represión. Y así vamos como vamos, pero bueno.

En el terreno de la fe sucede lo mismo: un papel muy importante del acompañante es motivar. Motivar es fundamental porque es lo que más solemos necesitar y porque es algo que todos necesitamos con frecuencia para hacer lo que tenemos que hacer. Necesitamos que alguien esté siempre recordándonos lo buenos que somos, recordando nuestras capacidades, recordando que lo que tenemos de malo es infinitamente inferior a lo que tenemos de bueno. Recordarnos que tenemos un don, recordarnos que tenemos una misión, recordarnos esto. Las comunidades deberían ser lugares en los que se motivara a la gente. Que hubiera esta función esencial. Y yo creo que el acompañante sobre todo tiene que motivar. Siempre habrá caídas, y ayudar a levantar, animar, también corregir y, sobre todo, sobre todo, sobre todo, vuelvo a insistir otra vez: ayudarte a vivir en tu verdad. No os engañéis, el mayor mal que hay en la Iglesia es la hipocresía y el engaño. La fachada, el no vivir en la verdad. Jesús decía “Por tanto, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, se oirá a la luz del día; y lo que han dicho en secreto y a puerta cerrada, será gritado desde las azoteas de las casas” (Lc 12:3) y es verdad, hay que vivir en transparencia, eso es muy importante y yo creo que esa es la función principal del acompañante.