Tardaremos en olvidar esta primavera de 2020. Quién más, quien menos, vivas donde vivas, has visto cómo la vida se ponía patas arriba; ya fuese porque era necesario quedarse en casa sin salir prácticamente nada o porque tenías que salir a trabajar con el miedo de contraer una enfermedad que nos genera todavía demasiadas incógnitas. Para todos está siendo un tiempo demasiado extraño. Algo que nunca habíamos vivido.

Ahora que, aparentemente, todo intenta volver a la normalidad, me surgen ciertos interrogantes. ¿Será cierto que nuestras vidas no volverán a ser iguales? ¿Nos veremos obligados a un cambio sustancial en nuestros hábitos? ¿Podremos sacar consecuencias positivas de todo esto?

A mi me gustaría pensar que sí. Me gustaría pensar que hemos aprendido a vivir con menos y a valorar más las cosas sencillas. Que en este tiempo hemos redescubierto relaciones familiares que la rutina había ocultado. Durante este tiempo hemos sido capaces de valorar el trabajo y el esfuerzo de los otros, a la vez que las cosas más esenciales de nuestra vida se nos han hecho más evidentes. La salud, la solidaridad, las conversaciones, pasar tiempo juntos, estar al aire libre… Parece mentira que después de milenios de historia de la humanidad necesitemos vernos entre la espada y la pared para comprender cuál es nuestra esencia y cuáles son nuestras verdaderas necesidades.

Y, si pienso en la Iglesia, también me gustaría ver que este tiempo sin templos, sin procesiones, sin celebraciones presenciales, incluso sin poder recibir la eucaristía, por muy duro que resulte, nos haya ayudado a comprender que la Iglesia está en cada uno de nosotros, en nuestra casa, en nuestra familia. Y que Jesús nos acompaña en todo momento y que incluso es capaz de suplir su presencia física en cada uno de nosotros, con su fuerza espiritual. No olvidemos que no somos solo carne y que no vivimos únicamente de pan. Dios es capaz de trascender cualquiera de nuestras barreras humanas, sociales o de cualquier tipo. Por eso puede haber Iglesia en cualquier parte de la creación y por eso cada uno de nosotros somos la Iglesia.