Se habla mucho del nuevo tiempo que ya tenemos encima después de esta inusual primavera. Los analistas hablan de cambios en la forma de entender y organizar nuestra sociedad, el mercado, los ejes de poder e influencia… ¿Y la Iglesia? De la Iglesia también se habla, o al menos hablamos “los de dentro”. Algunas de las ideas que circulan por ahí son las de la importancia de la “pastoral digital” por llamarla de alguna manera, el redescubrimiento de la “Iglesia doméstica”… También se habla mucho de cómo la Iglesia va a aportar su ayuda en la crisis social y económica que se cierne sobre nosotros, pero en esto somos expertos desde hace mucho tiempo y ahora lo volveremos a demostrar.

 

Pero, además de eso, la Iglesia debería reflexionar sobre su dimensión como instrumento de Paz. En este tiempo de crispación en el que las protestas y las confrontaciones de todo tipo crecen por todas partes, quizá nuestra misión sea la de intentar comprender al otro, al que piensa diferente a mí en vez de atacar o de “marcar territorio”. Eso no quita que se pueda entablar un diálogo o se puedan exponer las propias convicciones, pero tengamos la lucidez para no tratar de imponer nuestro pensamiento y creencias. Eso no significa renunciar a lo que somos ni dar la razón al otro, sino que de esa manera intentamos comprender su vida y sus propias creencias e ideales (aunque no los compartamos) lo que nos ayudará a estar más cerca. Parece que hoy en día en todo tiene que haber vencedores y vencidos. Que todo se divide en quién tiene la razón y quién no y, por supuesto, todos nos creemos en el primer grupo. ¿Estamos los cristianos llamados a tener razón? Yo no lo tengo muy claro. Creo que nuestra llamada es otra y va más en la línea de acercarnos al corazón de Dios e intentar hacer de puentes entre Él y la gente.

 

Como cristianos, ¿qué es lo que podemos hacer? Lo primero que deberíamos recordar es que el cristianismo es libre. Deberíamos ser capaces de romper algunas corazas que nos encorsetan y olvidarnos de encasillamientos de cualquier tipo. El mensaje del Evangelio es claro y la llamada que Dios nos hace a trabajar por su Reino también. Y en ese Reino prevalece la compasión, el cuidado de los más necesitados, de los emigrantes, el derecho a la vida, la dignidad de todo ser humano, la justicia. Ahí tenemos que poner el foco, pero no tanto a nivel de denuncia o de protesta. Más importante que eso es que miremos a nuestro alrededor y veamos cómo podemos ayudar a que ese Reino se haga realidad en nuestra vida y en nuestra sociedad. Quizás debamos plantearnos que no somos tan necesarios para denunciar o para corregir lo que hacen aquellos que no piensan como nosotros, y que sí somos mucho más necesarios para hacer que la misericordia de Dios sea experimentada por todos aquellos que nos rodean.

 

Nuestro papel está en poner paz y esperanza en esta sociedad en la que todo son conflictos y, si nadie nos quiere escuchar, no pasa nada. Sigamos actuando con la mirada puesta en el bien del otro. Todo el mundo está dispuesto a recibir ayuda piense o no como nosotros, sea creyente o no. Como Iglesia debemos de ser un signo vivo y real de que Dios es una buena noticia y que es para todo el mundo.

 

Álex