Nos encontramos prácticamente en la mitad del proceso del Sínodo Panamazónico, que tanta repercusión está teniendo en los medios de comunicación de todo el mundo: son ya varios días de jornadas y Congregaciones Generales. Desde la visión particular de nuestra comunidad se trata de un buen momento para hacer una pequeña reflexión acerca de lo que significa este acontecimiento para la Iglesia actual y, sobre todo, del futuro.

Lo más relevante, en primer lugar, es precisamente esa importancia mediática que ha despertado, sobre todo en muchos países del mundo desarrollado. ¿Por qué tanta expectación ante lo que pueda ocurrir en un rincón tan remoto del mundo y ajeno a la problemática cotidiana de muchos de nosotros? La respuesta a esta primera pregunta parece bastante simple: esta reunión eclesial se ha convertido en un pequeño (o gran) laboratorio en el que abordar, por vez primera, algunos de los problemas más acuciantes de la Iglesia actual desde la nueva perspectiva de la EvangeliiGaudium del papa Francisco. El hecho de que tenga físicamente lugar en la propia Roma en lugar de alguna gran ciudad amazónica como Manaos o Iquitos, puede resultar significativo.

En nuestra opinión, se trata del planteamiento de una nueva perspectiva de afrontar viejos problemas, como las exigencias para acceder al sacerdocio, la actitud de la Iglesia hacia las mujeres o a las minorías (indígenas) y las masas de lo que damos en llamar “Tercer Mundo”. La Iglesia no puede seguir ignorando problemas muy graves, como la ausencia de Eucaristía por falta de sacerdotes (y que ya constituye, en realidad, un problema global), o el hecho de que cerca de un 80% de los nativos se hayan integrado en diferentes denominaciones pentecostales.

En un sentido similar, aunque de características totalmente distintas, se está desarrollando el Sínodo de la Iglesia alemana. El arzobispo de Hamburgo Stefan Heße, resume las intenciones de este señalando que Iglesia Católica debe «salir de su zona de confort». Para los obispos alemanes resulta evidente que, en una sociedad postmoderna y avanzada como la suya, la realidad que esta afronta (parece que, solamente el año pasado, 216.000 personas abandonaron oficialmente la institución en el país) está marcada por una grave crisis. El gran reto para los obispos germanos será determinar unas conclusiones que sean válidas para su realidad y, al tiempo, guarden la comunión con la Iglesia Universal.

Desde nuestro punto de vista, ambos acontecimientos deben ser leídos en clave histórica y a la vez atendiendo a la realidad de nuestros días. En realidad, los dos se circunscriben en el proceso iniciado por el Vaticano II. Un proceso que fue, de alguna forma, interrumpido en las décadas siguientes a su finalización por miedo a los excesos provocados por algunos que abusaron de sus conclusiones. Casi cuarenta años después, el balance de la línea “tradicional” se muestra desolador y las políticas conservadoras a ultranza que han terminado por confundir la Tradición con mayúsculas con una manera particular de concebir la propia Iglesia, han llevado a ésta al peligro inminente del gueto. No parece que podamos hablar de ser “Sacramento” (o sea “signo”) Universal de Salvación”, cuando dicho “signo” no es comprendido por nadie. Es obvio que no se trata de cambiar ningún dogma. Esto no es necesario ni en la Amazonia ni en Alemania. Pero sí se trata de afrontar peligros muy graves como el clericalismo, la eclesiología estructurante, el papel de la mujer y la inculturación no sólo en los países no Occidentales, sino también, y sobre todo, en estos.

El papa Francisco es un profeta de los tiempos modernos. Sus palabras definen los retos a los que nos enfrentamos con una claridad típica de los mensajes proféticos: “Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes (…). Pero hay una tercera manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso” (EG 224).

En Fe y Vida estamos inequívocamente a su lado.