Siempre me he considerado una persona muy miedosa a la que le da miedo arriesgarse, tanto personal como profesionalmente. A nivel espiritual me pasaba lo mismo, siempre he admirado mucho a las personas que dan su vida por su fe, que le entregan todo al Señor… pero a mí siempre me había frenado el miedo.

Alguna vez ya se me había pasado por la cabeza la idea de hacer una Escuela de Discipulado, pero me frenaban muchos aspectos: qué me dirían en casa, qué pensarían mis amigos, como quedaría en mi currículum ese año “vacío”, lo que supondría en la relación con mi novio…

Tenía tantas dudas y tantos miedos que al final siempre me quedaba en mi zona de confort y dejaba pasar ese pensamiento. Poco a poco esa idea se iba haciendo más presente en mi mente y en mis oraciones, pero yo siempre la esquivaba pensando que nunca me iba a atrever a dar ese paso de fe.

En mitad de mi último año de carrera la relación con mi pareja se terminó (¡en plenos  exámenes finales!) y ahí todos mis planes de futuro se habían esfumado y me sentía completamente perdida, así que en plena crisis le dije al Señor: o me fío de ti o lo dejo, pero no quería hacerlo a medias tintas.

Entonces fue cuando supe que si en ese momento yo creía firmemente que el Señor me iba a sacar de esa tormenta, era el momento de apostar por Él al cien por cien, el momento de entregarle un año de mi vida para estar centrada en Él y descubrir el plan que tenía para mi vida.

Si quería dar ese salto de fe, tenía que dejarle actuar también. Así que lo dejé todo en sus manos: yo me apuntaba a la escuela y Dios arreglaría todo lo demás (con mi familia, el dinero para pagarlo, etc.).

Lo puse en oración y, poco a poco… todo se fue ordenando. En mi casa, curiosamente, me entendían y no me ponían ningún obstáculo. Habiendo arreglado ese pequeño (gran) problema, solo me quedaba uno: el dinero. A finales de verano se me presentó una oportunidad que me dejó sin palabras, un trabajo a media jornada que me permitía pagar la escuela. Siempre he escuchado historias increíbles sobre la providencia del Señor, pero creo que siempre había sido lo muy incrédula para pensar que esas cosas me pasarían a mí. Pues bien, aquí estoy, dando fe de que el Señor provee y de que si dejas todo en sus manos, Él termina cumpliendo sus promesas.

No sé si mis razones para hacer la Escuela de Discipulado fueron las correctas, o eran “suficientes”, pero sí creo firmemente que el Señor, cuando te dejas hacer, lo usa todo. Hoy en día y especialmente en España, hacer esto no se considera “normal”, seguramente seas un friki o un fanático. Yo, sin embargo, lo vi como una apuesta de vida, porque creo sinceramente que crecer espiritualmente me va a aportar más en la vida que tener cualquier máster o carrera profesional.