Hace unos meses Jairo, Blanca, el equipo de NextGen y yo empezamos a organizar el Y-Camp que se llevaría a cabo en Polonia este verano.
Iba a ser la segunda vez que el ENC (la red de comunidades europea a la que Fe y Vida pertenece) juntase a los chavales que quisieran participar para seguir creando relaciones.
La idea principal la teníamos clara desde un principio: queríamos hablar de inteligencia emocional y de dos de los problemas psicológicos que están muy presentes en nuestra sociedad hoy en día: la ansiedad y la depresión. Pero queríamos hacerlo desde un punto de vista cristiano, dejando claro que en Dios todo es posible y que tenemos superpoderes para usar.
Así que nos lanzamos a la aventura y nos fuimos a Lodz (un pueblo perdido de Polonia) en donde nos juntamos con chavales de más de nueve países distintos.
Para las principales ponencias contamos con dos psicólogas maravillosas: Marta y Blanca, que nos explicaron de una manera sencilla y práctica todo sobre emociones y cómo gestionarlas. Fue increíble ver cómo usaban sus conocimientos profesionales para ponerlos al servicio del reino, rompiendo con la barrera del idioma, de los nervios, o de cualquier otro tipo de inconveniente.
También contamos con la ayuda de nuestro hermano Aitor de la Cámara, quien se unió a este grupo de locos para compartirnos su experiencia personal. Aparte de aprender sobre su situación, me quedo con los momentos que compartimos con él. Aún me duele el estómago de tantas bromas que hicimos y de reírnos sin parar. Ha sido un placer poder conocerlo más personalmente (después de tantos años), de una manera tan natural (si se lo preguntáis es posible que os diga que todo fue un sueño en el que se iba a Polonia con siete pirados).
Momentos de alabanza, tiempo de actividades nadando en un lago o jugando en medio de un bosque, entrevistas y conversaciones con líderes de comunidades europeas, juegos culturales, tiempo personal con Dios y compartir en grupos pequeños sobre nuestra vida espiritual y personal. Este fue, principalmente, el esquema que vivimos durante estos cinco días.
Pero de esta gran experiencia destaco dos cosas:
- Las relaciones que se crean. Juntamos a jóvenes de realidades muy distintas pero con un mismo objetivo: Cristo. La fraternidad que se vivió desde el primer momento era muy especial, conocieras o no a la gente que allí estaba. Y todos salimos con la misma sensación: somos una gran familia que se encuentra a lo largo de toda Europa.
- Lo afortunada que soy de tener hermanos de comunidad tan increíbles. Desde el gran Jairo que intentaba organizar todo y que saliese lo mejor posible, hasta Sonia que se plantó ahí teniendo un nivel de inglés muy básico (olé, olé). Al final la paliza del viaje, o las pocas ganas que tuviésemos de ir se quedan en un segundo plano cuando fuimos testigos de cómo el Espíritu Santo se mueve entre tantos jóvenes de procedencias tan diferentes.
Sin duda me vuelvo con una felicidad interna a casa. Aunque pareciera que íbamos verdes o que lo llevábamos todo con pinzas, el Señor sigue cumpliendo con su parte y llegando a esos lugares donde nosotros no somos capaces. No puedo terminar esto sin animaros, una vez más, a todos los jóvenes a vivir esto al menos una vez, para descubrir la inmensa familia que tenemos.
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