El pasado 14 de junio inauguramos la primera casa de Fe y Vida. Celebramos una Eucaristía presidida por nuestro obispo D. Manuel Sánchez Monge para dar gracias a Dios por este regalo que nos ha hecho. Tuvimos también la oportunidad de agradecer a las Hijas de la Caridad que lo hayan hecho posible, cediéndonos un lugar donde han servido a los vecinos de la Albericia durante décadas. Hemos conocido a algunas hermanas que llevaban más de cincuenta años poniendo su vida a disposición de los más desfavorecidos de este barrio y que lo han dejado con pena. Con ellas, y con todos los que nos acompañasteis en ese día tan especial, continuamos celebrando en el jardín, disfrutando del día de sol y compartiendo un picoteo que habíamos preparado con cariño para la ocasión.
La alegría de la inauguración tras un par de meses de obras y de mucho trabajo para ponerlo todo a punto, nos ayuda también a pararnos, echar la vista atrás y reconocer cómo Dios ha hecho realidad el sueño que un día Él mismo puso en nosotros. Durante años hemos orado por una casa que nos permitiese recibir a todos los que por el motivo que sea se acercan a Fe y Vida. Mientras tanto nuestro papel ha sido permanecer fieles en la oración, confiar en que cada cosa tiene su tiempo y continuar llevando adelante la misión que se nos ha encomendado con los medios que ya teníamos a nuestro alcance, que son nuestras casas y nuestra disponibilidad; confiar en que cada cosa tiene su tiempo y estar dispuestos a dar respuesta a lo que el Señor nos vaya proponiendo, esas son las claves. En este tiempo han ido surgiendo nuevos núcleos comunitarios en diferentes puntos de España, algunos muy alejados de nosotros y la necesidad de un sitio donde poder acoger a los hermanos que querían un contacto más estrecho con nuestra realidad se hizo más urgente. Ha sido este el momento elegido para regalarnos esta casa y, además, después de la espera, todo se ha resuelto en pocos meses.
Cada cosa que Dios va poniendo en nuestro camino, no es una meta sino un medio para seguir creciendo y avanzando, lo que supone afrontar nuevos retos. Esta casa nos plantea un desafío en el plano económico, en la demanda de tiempo y en el estar alerta de lo que le toca asumir a cada uno. En mi caso se ha concretado en hacer las maletas y mudarme a una casa enorme llena de posibilidades y también de cristales que limpiar. Me siento afortunada de poder estar aquí, lo vivo como un paso más en el proceso de perseguir el sueño de Dios para mi vida, aunque no sea exactamente como yo lo imaginé. Me ilusiona el poder ser partícipe de lo que el Espíritu Santo va suscitando y estoy expectante ante lo que está por venir, porque Él siempre nos sorprende más allá de lo que pensamos.
El pueblo de Israel, una vez conquistada la tierra prometida, evocó cómo Yahvé los había elegido, liberado y llevado hasta allí. En ese momento decidieron renovar su pacto de seguirle en la nueva etapa que comenzaban. Como recordatorio de esa alianza que cada uno de nosotros ha hecho y del deseo de mantenerla hasta el final, el nombre de esta casa será el del lugar donde tuvo lugar ese pacto: Siquem. (Jos 24,1-28).
[…] unos meses comencé mi andadura por los pasillos de Siquem (casa de la comunidad en Santander) desde una nueva perspectiva de año cuyas motivaciones diré […]
[…] otro lenguaje no lo cambiamos. Así me sucedió a mí cuando aterricé, hace un par de años, en Siquem (la casa comunitaria) para realizar la Escuela de Discipulado. Fue un termómetro para reconocer en […]
[…] que destacaría sin dudarlo de mi experiencia en la escuela, es la convivencia con mis hermanos en Siquem ¡Menudo […]
[…] surgiera la pandemia y tuvimos la suerte de que un par de sus miembros nos hicieran una visita a la casa de la comunidad. En esta última visita rezamos juntos en la capilla de Siquem y, como ya habíamos empezado el […]