Este año he vivido la pascua de una forma un poco diferente. Para empezar el periodo de cuaresma para mí ha sido inexistente, ya que las ocupaciones y preocupaciones cotidianas han comido el terreno a las “cosas de Dios”. Además, casi sin prestar mucha atención y haciendo los preparativos en último lugar, hemos enviado a nuestro hijo, de 15 años, a la pascua para jóvenes que Fe y Vida celebraba en Valencia. En mi mente todo lo relacionado con pascua, Dios, cuaresma… estaba revuelto y desordenado, mi cabeza sólo tenía ocupaciones “mundanas”, incluso en mi oración diaria, la sensación era de distanciamiento de Dios.

A pesar de todo, el miércoles por la tarde partimos rumbo a Cantabria, para celebrar junto con los hermanos de allí la pascua. Esta vez de una forma un poquito diferente, ya que la propuesta era una invitación a vivir este período desde la oración y el compartir durante las mañanas del viernes, sábado y domingo santos.

El jueves transcurrió con la normalidad propia de nuestras visitas a Cantabria, compartiendo vida y tiempo con los hermanos que Cristo nos ha puesto en la comunidad, un lujo para nosotros que estamos en Salamanca. Y es que, es alucinante cómo Dios une a personas muy diferentes y el amor surge entre personas que, sin Él, jamás se habrían relacionado. De hecho, viví en plenitud el día del amor fraterno. Además, ese mismo día, en la Hora Santa recibí el primer regalo de Dios de esta pascua, viví la oración como si me reconciliara con Dios y volviera a Él de nuevo, digo esto porque nunca había vivido con esa intensidad este momento.

A partir de este día, fue regalo tras regalo. Estar con Dios por las mañanas rezando por la comunidad, los tiempos de compartir que tuvimos después y pasar tiempo haciendo realidad la comunidad, no como algo teórico, sino estando con mis hermanos, lo viví de una forma más intensa de lo habitual. Y no lo viví como la “recarga de pilas”, que muchas veces decimos, como para tener que sobrellevar lo que nos viene después, sino como un tiempo de gracia extensible a todos los momentos de mi vida.

Finalmente, el sábado y domingo viví la resurrección de Cristo de una forma tranquila pero alegre, y es que yo había vuelto con Él, Jesús Resucitado era y es algo real, y hasta casi perceptible en algún momento de la oración del domingo de resurrección.  Mis cosas, mis problemas y ocupaciones mundanas pasaban a un segundo lugar.

Y, ya de vuelta en Salamanca, entiendo que resucitar es volver a estar con Cristo, tenerlo presente, dejar de centrarse en uno mismo, en mis problemas, en mis cosas, porque todo eso es secundario. Lo realmente importante son las cosas de Dios, lo que Él quiere de nosotros y tenerle presente en tu vida, en tu día a día, no es más que intentar ser su reflejo, con las otras personas que te rodean, en el lugar en el que vives, en tu familia. Tener a Dios contigo es seguir con tus problemas y ocupaciones cotidianas, pero sabiendo que Él está transmitiendo a los que te rodean ese algo especial que Dios te ha regalado, como una luz en medio de la oscuridad.

David