En Fe y Vida reconozco a una comunidad cristiana

 

El sábado 22 de septiembre he hecho mi compromiso definitivo con la comunidad Fe y Vida. Me han pedido que comparta acerca de ello y lo siento, porque tengo muy poca gracia para escribir. Solo espero que algo de lo que aquí diga pueda servirle a alguien.

 

 

Empecé a asistir a las oraciones de Fe y Vida hace unos cinco años porque me parecía que era una oportunidad poder dedicar un momento de la semana a rezar con otros creyente

s. En ese tiempo yo estaba, por un lado, en búsqueda y proceso de tener una comunidad porque llevaba cuatro o cinco años en un grupo de Acción Católica intentando dar pasos en esa dirección. Y, por otro, venía de “marcarme” un hijo pródigo unos años atrás, en los que había acabado deprimida y físicamente mal. Aunque en este momento ya estaba mucho mejor, todavía me sentía limitada física y mentalmente. En las asambleas todo fluía: la gente era acogedora, me sentía cómoda en la oración y las predicaciones o el compartir me gustaban y me ayudaban a crecer. Un día una persona me propuso entrar en uno de los grupos de profundización que llamamos célula. Un entorno más reducido donde se puede compartir y que permite conocer mejor la visión y la estructura de la comunidad y a las personas que en ella están. Quedé con Josué para ver qué me contaba que me pudiera interesar y la verdad es que, al menos, me sentí en sintonía. “Una comunidad es esto, Hch. 2, 42-47” me dijo. Y sí, eso es lo que yo entendía como una comunidad, y más aún, una de las cosas que siempre he visto y me ha gustado de Fe y Vida es que reconozco una comunidad cristiana. Podrá ser la tuya o no, pero lo es, y no es algo que haya encontrado con tanta facilidad.

Me decidí a probar y ahí empezó todo. He podido ir creciendo y he visto cómo mi vida se convertía en lo que creo que el Señor soñaba para mí, en lo que yo entendía que era la vida de un cristiano: caer y levantarse, hermanos, misericordia, evangelización, servicio, sentirte ubicado en lo que haces, ver al Señor obrar en ti y en los demás… Fui despojándome de lo que no era mi camino y consiguiendo más paz, menos estrés y mucha ubicación. Es algo que digo mucho: “me siento ubicada”. Ha sido un camino lento, a mi ritmo, poco a poco y con la ayuda de un acompañante:, una persona de la comunidad con autoridad, madura en la fe, que me ha enseñado a vencer los obstáculos y enfocar mi camino.

 

 

Compromiso de por vida

 

En septiembre del año pasado Josué me preguntó si me había planteado comprometerme de por vida y la verdad es que no lo había pensado, pero me pareció una propuesta razonable. Podía haber llegado el momento de empezar a discernirlo. Tenía sentido: acababa de cumplir cuarenta años, así que hacía mucho que no era ninguna cría, llevaba cinco años de relación con la comunidad, tres comprometida y toda mi vida con el Señor. Es decir, que no iba a ser ninguna locura dar ese paso. Lo primero que decidí es que renovaría el compromiso anual de diciembre y después comenzaría el discernimiento del definitivo. En ese retiro ya tuve la certeza de que se había terminado el tiempo de conocimiento de la comunidad y de que había dos opciones: o era mi sitio y me comprometía de por vida, o no lo era y abandonaba el compromiso anual, aunque mantuviera la relación con ellos hasta que el Señor me indicara a dónde debía ir o cambiara algo que me hiciera quedarme definitivamente.

 

 

 

Tenía miedo de no estar nunca segura de esta decisión, de no ser capaz de tomarla por los motivos adecuados, así que directamente le pedí al Señor que, por favor, me hablara claro. Aquí no valía un “hago esto porque toca o porque es una buena oportunidad, o simplemente porque sí”. Tenía que tener sentido para mí o no podría sostenerse ¡y toda la vida! y sería algo a lo que entendía que tendría que acudir en los momentos difíciles. Total que, un par de horas después ya estaba, llegó esa certeza. Yo había pedido una comunidad y ahí estaba. No fue lo primero que conocí, ni fue inmediato, pero, si  yo estaba donde estaba con el Señor, era gracias a Fe y Vida. Si el Señor me había traído aquí para que fuera con ellos, era el momento de decidir si quería dar este paso y fiarme… y acepté. Yo quiero ir a por todas con el Señor, es lo que quiero para mi vida. No quiero quedarme atrás por miedos o comodidades ni me quiero conformar con poco o con menos.

 

Durante este año me ha dado tiempo a preguntarme “¿Me estaré precipitando o equivocando?”. Pero todo ha ido viento en popa, así que me he sentido confirmada. Incluso este verano he estado un poco más desconectada de la comunidad y me he dado cuenta de que me descentro sin ella, de que mi vida ya está ligada a ella.

 

Acogida por la comunidad

 

De la celebración de los compromisos compartiría tres cosas. Había sentido que no solo yo comprometía mi fidelidad y daba un paso en solitario adelante, sino que había un grupo de personas que estarían ahí para acogerme. Y así fue. En la iglesia los comprometidos de por vida estuvieron a nuestro alrededor acompañándonos y recibiéndonos con cariño, y me encantó. No soy dada a grandes emociones, pero sí que me emocionó mucho echar de menos a nuestra preciosa Melly. En especial me acompañó, y me confirmó al mismo tiempo, el agradecimiento por cómo estos últimos años en Fe y Vida el Señor me ha salvado y me ha devuelto todo lo que había perdido.

 

 

 

Al día siguiente, que eres un poco más consciente de lo que ha pasado, me sentí muy contenta y en paz. Creo que he tomado la decisión que quiero para mi vida y, aunque a la cabeza siempre te vienen las dudas de si te habrás equivocado, me viene también la certeza de que no hay decisiones erróneas en el Señor y si humanamente te equivocas ya se encargará Él de arreglarlo. Ahora bien, el compromiso definitivo no es la meta, esto es sólo un paso más. Ahora hay que seguir adelante.

 

Silvia