Espero poder compartiros la historia que hay detrás de esta instantánea para que veáis lo que veo yo y entendáis lo que significa para mí. Esta foto que acompaña al artículo de hoy no es una simple foto. Hay mucho más que cuatro rostros. Para empezar diré que somos cuatro mujeres que hemos dicho sí a la llamada de Dios a vivir célibes. Tres de ellas son suizas, pertenecen a la comunidad evangélica de Jahu en Biena y se llaman Simone, Eva y Selomie. El pasado 8 de mayo Eva y Simone hicieron su consagración a Dios y Selomie inició su noviciado. Yo soy española, pertenezco a la comunidad católica Fe y Vida y el próximo 8 de octubre haré mi consagración a Dios. Entonces, ¿dónde empieza esta historia? En abril de 2021 cuando, después de varias conversaciones durante un tiempo con mi acompañante y su marido, el fundador de Fe y Vida, les comuniqué que definitivamente quería vivir esta vocación a ser célibe. A partir de ahí comencé a quedar con los hermanos de comunidad para compartirles la noticia, alegrarnos juntos y todo lo que esto conlleva. Y entonces…

Participando del “cielo ilimitado” de la comunidad

Se empezaron a dar un sinfín de historias paralelas, pero con un punto en común: la espera y confianza en Dios. En los inicios de nuestra comunidad se hizo una especie de dinámica en la que se soñó con el futuro para la comunidad, aquellas cosas con que anhelamos cada uno y esperamos que Dios nos permita vivir. La llaman “cielo ilimitado”. Conversando con estos hermanos me compartieron algunos de estos sueños relacionados con personas que se pronunciaron, pero que finalmente no materializaron ese querer comprometerse con Dios. También sueños por los que se ha rezado tantas y tantas veces como era tener una casa comunitaria, contar con una comunidad de vida, que surgieran vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio… ¡Y poco a poco todo esto va llegando! Podemos palpar lo que tantas veces nos ha recordado Josué de que la comunidad sea un reflejo de la Iglesia albergando todas las vocaciones.

Al responder que sí ante la propuesta de Dios para mi vida, siento que estoy participando de ese “cielo ilimitado” de la comunidad aun no habiendo podido tener la oportunidad de realizar uno con ella. Es emocionante saberse parte de una oración, de una esperanza y de una necesidad. A la vez da respeto por el camino que se abre y del cual todavía no se tiene experiencia, pues es la primera vez y soy la primera laica célibe, pero me aferro a una vida en la espera y confianza en Dios que es quien maneja el timón. Volviendo a la foto, y después de esta pequeña introducción, quizá tenga que contextualizar cómo se dio ese encuentro con mis hermanas protestantes. En noviembre del año pasado se celebraba el ENC Gathering en Polonia y Jairo, vicepresidente para Europa occidental, me comentó que había una comunidad con tres mujeres célibes que estaría bien conocer ya que me había pronunciado sobre esta vocación.

“¿Qué te ha traído a Suiza?”

El encuentro estuvo genial, fue mi primera experiencia con esta nueva realidad de la comunidad de pertenecer a una red de comunidades europeas, pero… lo que entre otras cosas lo hizo significativo sin lugar a dudas fue conocer a Eva, Simone y Selomie (se nota por mi sonrisa en la foto, ¿verdad?). Tuve la oportunidad de quedar con cada una de ellas durante el encuentro y compartir nuestra historia de discernimiento y camino con Dios. ¡Congeniamos muy bien! Tanto que me sorprendí pensando que querría compartir más con ellas: un tiempo concreto en otro momento del año para rezar juntas, hablar, convivir, conocer su día a día y disfrutar de su compañía. Del pensamiento al hecho tardé nueve meses, pero valió la pena la espera. Aprovechando las vacaciones comunitarias en la segunda quincena de agosto, me decidí a viajar a Biena (Suiza) para pasar una semana conviviendo con ellas: necesitaba descansar y cambiar de aires tras un largo verano en misión. Pero, sobre todo, necesitaba conexión con mis hermanas célibes pues eran la única realidad cercana que conocía.

Cuando llegué me sentí como en casa pues he ido conociendo la comunidad de Jahu en estos últimos años al colaborar en la realización de nuestro campamento de jóvenes en verano. Son muchos con los que he tenido relación y esto hizo que me adaptara rápidamente. Eva, Simone y Selomie enseguida me acogieron y noté su cariño en cómo habían preparado mi habitación y un pequeño planning para la semana. Tuve ocasión de conocer su día a día, las personas con las que se relacionan, de rezar con ellas en privado y en comunidad, de participar en sus encuentros comunitarios y hasta de acostumbrarme a escuchar Swiss German. ¿Qué te ha traído a Suiza? Fue la pregunta que me hizo Eva cuando nos fuimos de excursión por el macizo de Jura. Vosotras, fue lo que rápidamente le contesté. Es curioso cómo apenas una hora con cada una en ese ENC Gathering me hizo tener la certeza de que debía pasar más tiempo con ellas ¡hasta irme a Suiza a meterme en su casa! Si quito a Dios de la ecuación esto parece una locura y así se lo dije.

Yo quería y necesitaba compartir con ellas, hablar de nuestra vocación y forma de vida y rezar con ellas. Durante esos días cada una me fue mostrando algo importante a través del tiempo compartido en forma de paseo, excursión o en bicicleta donde nunca faltaba una interesante y profunda conversación. En esos ratos fui conociéndolas personalmente, percatándome de sus diferencias, pero viendo claramente cómo Dios les ha llamado a vivir célibes. Y cómo esa vocación permite la convivencia y misión entre ellas. Pude observar cosas y formas de hacer que me hacen tener claros más conceptos y formas de rezar, ya que ellas siguen un modelo monástico con silencios en momentos o días de la semana concretos, con la lectura de salmos al rezar la liturgia de las horas ortodoxa y con la lectura continuada del Evangelio.

¿Qué me llevo? ¿Qué he vivido?

Esta fue una de las preguntas que me hicieron cuando desayuné con ellas el día de mi vuelta a España. Ya había estado pensado sobre ello y cada vez se me hacía más palpable la respuesta, lo tenía claro: me llevo la importancia de la oración personal y la lectura de la Palabra de Dios cada día. Lo que construye reservar un momento o momentos del día para ese encuentro personal con Dios, pues es la base de una vida cristiana, lo que nos sostiene y llena nuestro corazón. Otra de las cosas que me llevo y recuerdo muy vivamente es una conversación que tuve con una de ellas en la que me recordó que Jesús es celoso y nos quiere por entero; por eso el pensar en él, hablar con él, tener un momento íntimo con él. Terminó diciéndome que Jesús va a hacer un convento o templo dentro de nosotros transformando nuestra persona, pero dejando lo genuino de cada uno. Y por último y no menos importante: la comunidad es parte esencial en nuestra vivencia de fe y relación con Jesús. ¡Sin ella no crecemos ni llegamos a puerto seguro! En comunidad se potencia nuestra vocación y cobra sentido y se realiza nuestra misión.

Me llevo una unión real de corazones y hermanas protestantes. Remarco esto último porque fue emocionante cómo terminé mi estancia con ellas: con un rato de oración por la mañana y un momento de intercesión por mí. Finalizaron verbalizando… your protestant sisters con una sonrisa en su cara. No nos percatamos de la fuerza e importancia que tienen nuestros gestos y palabras con otras personas, y estos para mí fueron reveladores.