dolosHace aproximadamente 6 semanas, Josué me invitó a acompañarlo en una visita a David y Belén, nuestros hermanos de Salamanca, junto con Jairo y Sonia. Me apunté sin pensármelo dos veces. Siempre he creído que cambiar de aires de vez en cuando, por pequeña que sea la distancia recorrida, viene bien. Pero, además, me parecía una buena oportunidad para conocer mejor a estos miembros de la Comunidad con quienes, debido a mi breve trayectoria en la misma y a la distancia, no tengo casi relación.

La primera vez que coincidí con David y Belén fue en el Visión de julio de 2010, el último que se ha celebrado. Recuerdo que compartieron su cena conmigo la primera noche pero apenas crucé unas pocas palabras con ellos. “Que si eran de Salamanca”, “que estos son nuestros hijos”, “que el viaje bien”, “que a mí me ha invitado Melly”, “que somos compañeras de Lacampa”, enfin: poco más que una presentación. De Belén me llamó la atención la amplia y constante sonrisa que ostenta todo el tiempo.

Volvimos a vernos en el retiro de la Koinonía GB del pasado octubre. En esta ocasión, cambiamos impresiones sobre la experiencia en la JMJ, puesto que, tanto ellos en su localidad como yo en el arciprestazgo de la Virgen Grande, habíamos colaborado en el desarrollo de los Días en las Diócesis. Me interesé por su parroquia particularmente porque, a raíz de intentar relanzar la pastoral juvenil en Torrelavega, había comenzado a oír hablar de ADSIS, una comunidad asentada en Santa Marta de Tormes, cuyo material para trabajar con jóvenes gozaba de mucho prestigio y era el que nos estaban recomendando todas la personas a las que consultábamos. Hasta aquí mi contacto y conocimiento de David, Belén y sus circunstancias.

Así que el 12 de mayo, en torno al mediodía, nos presentamos en la propia Santa Marta de Tormes, una localidad que dista sólo 2 km de Salamanca.

En alguna ocasión durante el viaje, nos preguntábamos qué tal nos iría el día. Mi sensación era que, aunque sabíamos que iba a salir todo bien, no teníamos claro ni cómo de bien ni qué esperar.

El recibimiento fue estupendo. Nuestros anfitriones se mostraban felices de que estuviéramos allí. Salimos a pasear por el pueblo y nos llevaron a su parroquia, una iglesia moderna que había anexionado la antigua (una pequeña edificación de piedra de planta rectangular) a un extremo de su crucero. Estaban celebrando la primera comunión de algunos niños de la parroquia. Al final de la nave de la iglesia primitiva, se había levantado un tabique de madera que dejaba un espacio (estrecho, con una bancada alrededor) destinado a oratorio y presidido por un Cristo y una Virgen Milagrosa. Aprovechamos para rezar juntos.

Después nos dirigimos a un puente que hay junto a la iglesia y que comunica la ciudad con una isla situada en el río Tormes, el Soto. Es uno de esos desahogos verdes que tanto se aprecian y se intentan preservar en las ciudades, que pretenden desconectar con el ajetreo urbano. Desde la isla se puede ver la ciudad de Salamanca, destacando especialmente las torres de la Catedral. Hacía tanto calor, que decidimos terminar el paseo en una terraza a la sombra.

Empezamos a hablar sobre la situación pastoral de la parroquia. En ese momento, me enteré de que ADSIS no es una congregación de religiosos, sino de laicos también. Ahora todo tenía otro sentido. Lo primero sobre lo que Josué hizo que me fijara es que la parroquia está precisamente en manos de una Comunidad, es decir, se trata de una forma novedosa de gestión. Sin embargo, por lo que nos contaron, se estaban encontrando con los problemas propios de parroquias que seguían funcionando “al uso”. David y Belén compartieron con nosotros su apreciación de la labor pastoral; sin olvidar las aportaciones positivas que dicha Comunidad había hecho a la parroquia, nos comentaron algunos contratiempos que estaban surgiendo. Lo que realmente considero importante es que ellos tuvieran la necesidad de compartir su experiencia, y acogieran con interés nuestras aportaciones y opiniones.

Dedicamos la tarde a hablar sobre los asuntos cotidianos de nuestras vidas. Para mí, resultó muy enriquecedor, ¡qué distinto es conocer a la gente en su ambiente! Desde luego, la imagen que tenía de David se desarmó por completo. Me encontré con una persona muy abierta, con ganas de compartir lo que tenía y lo que era, y que se tomó muchas molestias por hacernos sentir como en casa.

Terminamos el día visitando Salamanca. La ciudad era un hervidero de gente, pero eso contribuía a resaltar su encanto. Además, el buen tiempo nos permitió alargar el paseo más de lo que habíamos previsto.

Volvimos a casa contentos por el día tan bueno que habíamos pasado. Durante el tiempo que compartimos con ellos estuve muy cómoda y eso me resultaba muy llamativo, porque apenas les conocía y, sin embargo, en ningún momento me sentí ni extraña, ni fuera de lugar. Creo que no exagero al decir que el trato fue familiar. Lo viví como uno de esos regalos que da la Comunidad.

Días después, recordando la alegría que trasmitían David y Belén, una idea se asentaba en mi cabeza. Pensaba en las visitas que San Pablo hacía a las iglesias que iba formando, salvando las distancias, por supuesto. Teniendo en cuenta el esfuerzo que suponía, lo difícil que era comunicarse entonces y las distancias tan grandes que recorría, ¡cuánto mayor no sería la alegría con la que le recibirían! ¡Cuánto mayor la expectación, la necesidad de consejo, de comentar las dificultades! Ahora me lo imagino como un hombre muy preocupado por sus hermanos en la distancia, sufriendo con las despedidas y con una especial sensibilidad por las necesidades de las comunidades que iba dejando para seguir formando otras nuevas.

En general, ha sido una experiencia gratificante y muy positiva, que estaría dispuesta a repetir.